Escribe: Osmar Gonzales Alvarado (*)
La izquierda en el Perú nació en una imprenta, en el olor a tinta y el ruido del linotipo. Fue cuando José Carlos Mariátegui fundó, en 1925, la Imprenta Minerva. Desde entonces, la izquierda fue identificada con la palabra impresa. Ese mismo año, Mariátegui publicó su primer libro en su propia imprenta, La escena contemporánea. Pocos años después, incluiría un artículo en los Estatutos de la Confederación General de Trabajadores del Perú donde el ítem “e” del Art. 2 definía uno de sus mandatos principales: “e) Organizar conferencias y labores de educación proletaria, colaborar en la lucha contra el analfabetismo, auspiciar escuelas y cursos de enseñanza técnica, publicar periódicos, revistas, libros”. Dos líneas para hacer explícito todo un programa. Reitero, la izquierda en el Perú no se puede entender sin esta relación simbiótica con el libro.
Mariátegui tendría muchos discípulos que interpretaron su ejemplo y modo de concebir a la izquierda, uno de ellos, muy cercano en el tiempo y en el cariño de amigos fue Carlos Corzo Alcántara.
Carlos nació el 28 de setiembre de 1947 en el distrito de San Miguel, Lima. Buena parte de sus años de infancia y adolescencia los vivió en la Av. La Paz. Era de barrio, siempre lo fue, y no es difícil definirlo: dueño de un carácter tranquilo y bohemio, simultáneamente; bueno hasta la médula, sencillo, lejano de todo egocentrismo, lector, convencido de que las cosas pueden mejorar por la acción organizada de las personas, militante del socialismo y, por ello, editor de libros, revistas e impresos de izquierda; aunque también era inquieto, a veces desesperado. A la política también la vio como un espacio para cosechar amigos.
Perteneció a la Generación del 68, la de la llamada Nueva izquierda, que tenía, en mucho, un carácter universitario. Pero Carlos se acercó a la izquierda desde la calle, desde el mundo trabajador, se formó políticamente en la práctica cotidiana. De joven, ingresó a la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC), y ahí conoció a quien sería su esposa, Pilar Arroyo, una persona muy reconocida en el ambiente de la teología de la liberación, la corriente de pensamiento que fundó el padre Gustavo Gutiérrez. Juntos, Carlos y Pilar fundaron su primera empresa llamada Oficina de Copias e Impresiones; mientras él dirigía el proceso de impresiones, ella administraba el negocio. Lo más importante, tuvieron dos hijas: Ana Inés y Pilar.
Carlos fue parte de los llamados cristianos de izquierda, militó en las filas del MIR; también estuvo en la unificación que significó la UDP, y luego en una conjunción mayor, el PUM. Como se puede ver, Carlos optaba siempre por encuentros mayores, por confluencias más grandes. Tras la ruptura de IU en 1989 se integró al Movimiento de Afirmación Socialista (MAS), que tuvo vida breve. Cuando la IU ganó la alcaldía de Lima, con Alfonso Barrantes y con Henry Pease a la cabeza, Carlos fue de los que más celebró.
Recuerdo que lo conocí hacia los finales de los años ochenta, cuando yo trabajaba en el Instituto Democracia y Socialismo, y Carlos siempre aparecía en los momentos de apuro. En diferentes espacios de la izquierda había que atender las exigencias de la coyuntura, en medio, recordemos, de Sendero Luminoso, los militares, el aprismo y la derecha. Había una marcha, ¿quién imprime los volantes? Carlos Corzo. Es necesario imprimir un boletín para difundir nuestra posición, ¿a quién llamamos? A Carlos Corzo. Queremos sacar este libro, pero nos cobran muy caro, ¿a quién recurrimos? A Carlos Corzo. La respuesta era muy fácil, y Carlos aceptaba atender las urgencias porque entendía que eran parte de la lucha necesaria por construir la alternativa de la izquierda.
Carlos vivió de su imprenta, pero no se enriqueció, nunca buscó hacerlo, pudo más su compromiso intelectual y político, sentía que hacía algo por sus ideales. Incluso, él mismo propiciaba la edición de revistas, folletos y hasta libros, siempre con el norte de aportar al pensamiento de izquierda que hacia fines de los ochenta se perfilaba como una opción electoral importante para los comicios presidenciales.
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Nos fuimos haciendo amigos y nos poníamos a conversar –en cualquier café– de la izquierda, claro, pero también de las ideas, de los intelectuales, de los debates históricos, en fin, de muchos temas. Como Carlos era lector y yo curioso por saber nos llegamos a entender muy bien. Producto de esa amistad imprimió el quinto y último número de una revista que sacábamos un grupo de estudiantes de sociología con algunos profesores, Los Caminos del Laberinto, aventura pequeña pero gratificante. Posteriormente, me propuso editar un volumen de selección de algunos de los pensadores más importantes que hemos tenido en el país, no solo de la izquierda. Fue así que publicó Pensando el Perú, dirigido a estudiantes principalmente. Parece que le fue bien en ventas y Carlos pudo recuperar su inversión y algo más. Se entusiasmó, me entusiasmó y planeamos un segundo volumen sobre otros intelectuales, pero no pudimos realizar ese proyecto, aunque no recuerdo por qué exactamente.
A inicios de los años noventa partí para seguir estudios en México. Desde allí coordiné con Carlos –que ya tenía otra editorial– la edición de un texto que había quedado suspendido desde 1992, Sanchos fracasados, que sería publicado en 1996, un estudio sobre los intelectuales del 900. Tres años después, y con intermediación de nuestro común amigo, Félix Grández –tan buena persona también–, sería lo mismo con mi tesis de maestría, Señales sin respuesta, sobre el grupo Zorro de la izquierda de los ochenta. Carlos fue honorable en circunstancias peculiarmente conflictivas que no vale mencionar acá. Lo que sí quiero relevar es el don de gente de Carlos, que anteponía las ideas y convicciones, y cómo sabía darle valor a la amistad.
Recuerdo también, cuando estábamos, en 1988, en plena organización del congreso de IU, la tristeza que lo invadió saber de la muerte de su amigo del alma, Ronald Gibbons. Nunca lo vi más triste a Carlos, él mismo me contó, en un café, su pena y la amistad que había forjado con Gibbons, militante sincero de nuestra izquierda. Otro amigo fue el querido Paul Maquet, lleno de simpatía como Carlos, con quien organizaba reuniones para pensar qué hacer en y con la izquierda. Paul se fue poco después que Carlos.
Cuando regresé de México, a fines de 2001, encontré al mismo Carlos de siempre, inclaudicable de izquierda, aunque no era un idealista que vivía en las nubes; sabía perfectamente sobre qué piso estábamos. Pero su entusiasmo siguió siendo el mismo. Por ese tiempo, publicó mi tesis doctoral sobre el gobierno populista de Guillermo E. Billinghurst, en 2005. Nuevamente, para la campaña de 2011 imprimió, por su iniciativa, un folleto de difusión doctrinaria y de debate ideológico. Monetariamente, no ganaba nada, al contrario, creo que perdía inversión, pero así era él, tan desprendido como convencido de sus ideas. Carlos reconocía la importancia de la palabra impresa para la propia práctica política.
Aunque a veces se ponía un poco renegón, Carlos siempre sabía ser amigo. Cuando yo vivía en Breña nos encontrábamos en una panadería-cafetería –tres mesas con sus sillas, solo eso era– donde conversábamos sobre política y planeábamos nuevos libros.
A Carlos también le gustaba formar círculos de discusión, especialmente sobre la coyuntura política y las posibilidades de la izquierda. Como Mariátegui, era pesimista de la realidad, pero optimista de la acción. No le interesaba figurar, ni ser conductor o caudillo. Él mismo lo decía, “a mí me gusta hacer cosas que le puede servir a nuestros políticos”. Era un activista, organizaba, aglutinaba, reunía con pluralidad de perspectivas, sin sesgos, refunfuñaba por la constante división de la izquierda y, como a muchos, la ruptura de IU le dolió en el alma. No entendía cómo los dirigentes perdían esfuerzo y energía en construir algo que ellos mismos terminaban rompiendo.
En 2011 fui a Argentina como agregado cultural, y allí me enteré poco después, en 2014, que había sufrido una hemorragia en el tronco cerebral que le impidió el movimiento de buena parte de su cuerpo. Los pronósticos no eran optimistas, pero Carlos resistió más de lo que preveían los doctores y la experiencia; resistió lo más que pudo, pero el 5 de abril de 2022 se fue; ya no pudo más. Murió apenas cuatro días después de la partida de mi compañera, Isabel. Debí ir a despedir a Carlos Corzo con el corazón roto ya.
Cuando uno escribe sobre los amigos que ya no están es para tenerlos presentes, pero ese esfuerzo de escritura siempre viene cargado de nostalgia. Carlos fue consecuente con sus ideas e ideales. Su vida siempre estuvo ligada a la imprenta, al olor de tinta y al ruido de la impresora. Era de izquierda.
(*) Las opiniones expuestas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Ensayo General.
Osmar Gonzales Alvarado es doctor en Ciencia Social por El Colegio de México. Ha sido director técnico de la Biblioteca Nacional, agregado cultural en Argentina, director de la Casa Museo José Carlos Mariátegui. Además es profesor universitario y autor de poco más de treinta libros sobre intelectuales y pensamiento político.
(FIN/ Ensayo General)