El cine también “sirve para esconder, o al menos, disimular, un dolor original”

Escribe: Rodrigo Portales

El cineasta Daniel Rodríguez Risco al describir su última cinta ‘Cuadrilátero, cita la metáfora de Mario Vargas Llosa quien sostuvo la literatura es un “striptease al revés” ampliándola al cine y reconociendo que esta película tiene una fuerte carga testimonial y autobiográfica.

En una lectura superficial se podría pensar que se habla de una película de boxeo; la cinta si trata de luchas, enfrentamientos y encontronazos, pero a partir de las vivencias de una familia perfecta, con todo cuadrado y perfecto, que se ve transformada oir la llegada de un quinto miembro.  

‘Cuadrilátero’ se exhibió en la cartelera comercial peruana tras un recorrido por festivales internacionales, donde recibió una decena de premios. El sexto largometraje evidencia un giro importante en la carrera del director que antes nos presentó ‘El acuarelista’, ‘El vientre’, ‘Siete semillas’, ‘No estamos solos’ y ‘Trilogía muda’.

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Rodríguez Risco conversó con Ensayo General sobre el trasfondo personal que motivó la película, el proceso creativo detrás de su particular universo visual y cómo el público internacional ha interpretado esta fábula familiar de múltiples maneras.

‘Cuadrilátero’ representa una propuesta distinta, más estilizada y contenida, quizá también más arriesgada. ¿Cuál es la premisa central de la película?

 ‘Cuadrilátero’ trata, en esencia, sobre una familia de cinco miembros, pero donde solo hay espacio para cuatro. Tenemos a la mamá, el papá y dos hijos que conviven en una armonía casi perfecta, con una vida marcada por una suerte de precisión militar. Sin embargo, la llegada del tercer hijo rompe este equilibrio, sobre todo en la madre, lo que genera una tensión estructural dentro del hogar. La historia salta luego once años en el tiempo, cuando vemos las consecuencias de esa irrupción. No quiero revelar demasiado, pero ese tercer hijo es tratado de una forma muy peculiar, distinta a los demás, lo que da lugar a una dinámica de competencia entre todos por ocupar uno de los cuatro espacios disponibles.

Es una comedia negra con muy pocos diálogos, con un particular tratamiento de la escenografía y la iluminación ¿Cómo trabajaste estos elementos visuales tan característicos?

La película es una especie de fábula familiar muy contenida. Toda la acción ocurre en tres locaciones: una casa en Cieneguilla, algunas escenas filmadas en estudio y una secuencia en una agencia de publicidad real. Desde que terminamos de escribir el guion, que hice junto con mi hermano Gonzalo, empezamos a diseñar con mucho cuidado el universo visual de la película.

Trabajamos con Eddy Mérida, un artista de Cusco con quien ya había colaborado antes en el episodio Cuellos almidonados, incluido en Trilogía muda. Con él hicimos un trabajo minucioso, casi línea por línea, para ir construyendo este universo cerrado, simbólico, particular. En ese universo, cada personaje tiene un espacio propio que no comparte. Eso se traduce en símbolos concretos, como la cancha de vóley que aparece en la película. En lugar de una red central como en cualquier partido convencional, aquí hay dos redes cruzadas al medio, de modo que cada uno de los cuatro miembros originales de la familia juega en su propio cuadrante. Nadie está en equipo, todos compiten contra todos.

A nivel visual también tomamos decisiones muy específicas: evitamos el uso de two shots (planos con dos personajes en cuadro). En cambio, la mayoría de encuadres son individuales, con los actores situados en los extremos del plano, o con elementos arquitectónicos como vigas que los oprimen desde arriba, lo que acentúa esa sensación de incomunicación y encierro. La estrategia visual está al servicio del tema central: el individualismo extremo dentro del núcleo familiar.

El número cuatro parece tener un peso simbólico importante. ¿Qué te inspiró a construir la historia en torno a esa idea?

Me inspiraron vivencias personales, influencias cinematográficas y cinéfilas. La historia está inspirada en hechos, entre comillas, traumáticos ocurridos en mi infancia. Como decía Mario Vargas Llosa, hacer ficción —y yo añadiría: hacer cine— es como un striptease al revés. En vez de despojarse, uno se va cubriendo con una historia, una puesta en escena, un diseño de arte, una música, un casting. Todo eso sirve para esconder, o al menos, disimular, un dolor original.

En mi caso, esta película tiene una raíz autobiográfica, aunque no sea estrictamente una biografía. Me permitió tomar distancia de ciertos episodios de la infancia y mirarlos desde otro ángulo, incluso con humor. Es, probablemente, mi obra más personal, porque nace de una necesidad emocional y no de una premisa de género o de mercado. Fue también una manera de sanar, de reconvertir la experiencia a través de la ficción.

Señalaste que cada personaje fue concebido con una identidad animal. ¿Cómo se aplicó eso en el trabajo actoral?

Durante los ensayos, nos dimos cuenta de que esta familia funcionaba como una familia animal, es decir, extremadamente territorial. Entonces surgió la idea de que cada personaje adoptara un “avatar” animal, lo que implicaba estudiar su conducta y aplicarla de forma sutil a la interpretación. Por ejemplo, Gonzalo Molina, que interpreta al padre, trabajó su personaje como un simio: su forma de caminar y moverse refleja eso. Fausto Molina, que es su hijo en la vida real y también en la película, encarna a un ciervo a punto de ser atropellado: temeroso, tenso, muy nervioso.

Valentina Saba, la hija, fue pensada como una pantera: silenciosa, elegante, en constante alerta. Lizet Chávez, la madre, encarna una mezcla entre ave rapaz y boa constrictora. Y el niño menor, interpretado por Amir Mikati, comienza como un mendigo y termina transformándose en un personaje de poder, una especie de padrino al estilo Al Pacino en ‘El Padrino’ de Coppola. Todo ese trabajo fue clave para encontrar el tono actoral y el estilo de las interpretaciones.

La película ha cosechado premios y ha sido seleccionada en festivales internacionales. ¿Cómo ha sido recibida por la crítica y el público extranjero?

‘Cuadrilátero’ tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de Friburgo, en Suiza, donde ganó dos premios: el del jurado oficial y el del jurado joven. Fue la primera vez que ambos coincidían en otorgar el galardón a la misma película. Luego pasó por festivales en India, Biarritz, Sitges —que es de cine fantástico y de terror—, Chicago, San Diego, Punta del Este, y varios más.

Después de cada proyección hubo sesiones de preguntas y respuestas con el público, y lo que más me impactó fue la variedad de lecturas que tuvo la película. Algunos la vieron como una crítica política, otros como una reflexión sobre la maternidad, o una alegoría filosófica. En una ocasión, una pareja de matemáticos jubilados en el Festival de Biarritz me dijo: “Es la primera película matemática que hemos visto en nuestras vidas”. Creo que eso demuestra que los directores empezamos las películas, pero es el público quien las termina. Y eso es algo maravilloso.

‘Cuadrilátero’ marca un cambio en tu manera de concebir el cine?

Me reafirma en la idea de que hacer cine es también una forma de autoconocimiento, de exploración emocional. No sé si marca una nueva etapa en mi carrera, pero sí me ha permitido trabajar desde un lugar más honesto, menos condicionado por lo que debería ser una película. “Cuadrilátero” me ha recordado que, al final, lo importante es contar una historia que tenga sentido para ti, incluso si no es cómoda, incluso si duele. Es, para mí, una obra de liberación.

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– Daniel Rodríguez Risco sigue trabajando en la posproducción de La costurera, su próximo largometraje, que contará con las actuaciones de Mayella Lloclla y Aitana Sánchez-Gijón.

-‘Cuadrilátero continúa su camino con una propuesta poco común en el cine peruano: una comedia negra familiar con atmósfera opresiva, simbolismo afilado y un universo tan personal como universal.

(FIN) Ensayo General

Fuente: Canal de YouTube

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