Entrevista: César Chaman
‘Preludio a los delirios de un joven pianista sin cabeza’ se ocupa de un dictador extremo que elimina todo rastro de oposición. En el Perú tenemos experiencia con dictaduras. ¿Qué propone esta historia?
– La novela en sí es una especie de retrato, quizás no solo del Perú sino de las dictaduras latinoamericanas. La historia sucede en un país que no tiene nombre, es decir, el lector no sabe qué país es. Respecto a los personajes, tampoco es posible establecer a qué lugar pertenecen. El lector no sabe en qué lugar situar geográficamente la novela, porque ésta no tiene un tono realista.
Es una indefinición intencional.
– Sí, es intencional. De hecho, para que se cumpla esa extrañeza decidí arrancar la novela de la realidad. Pero, sí, hay mucho no solo de cómo funcionan las dictaduras, sino también de cómo se las combate y de qué manera se las resiste.
El giro clave de la novela está en que, mucho tiempo después, hay un personaje en condiciones de cobrar venganza. Y la pregunta es si lo hace o no.
– Una parte de la novela se desarrolla cuando una dictadura comienza a tejerse dentro de este país sin nombre. Y después, 30 años más tarde, la historia aborda el qué sucedió, qué cambios hubo, qué propuestas llegaron a consolidarse y qué daños quedaron. Porque hubo mucho daño en ese régimen.
¿Qué buscas como autor de esta historia? ¿Evaluar lo que significa una dictadura?
– No sé si hay algún aporte en sí (en ese sentido), porque lo que yo quería en realidad era contar una historia de amor. Para mí, las historias de amor son guerras a una escala menor. Cuando uno establece una pareja, normalmente se inicia un conflicto porque, por ejemplo, uno tiene una visión propia de un objeto o situación y la otra persona maneja otra. Si esas versiones se van distanciando, uno puede entender –más o menos– cómo comienzan y cómo se dan las guerras. La gente empieza a pelear con otros porque no hablan un idioma común. Algo de la realidad les hace ruido, no se habla el mismo idioma y, entonces, uno de los dos intenta imponer sus formas.
¿A qué remite la idea del ‘pianista sin cabeza’?
– Allí hay un poco de juego, de cómo uno –con el poder– puede perder la razón; o el juicio se puede nublar por exceso de poder. La historia propone una suerte de juego musical porque está construida como si fuese un enorme soneto, narrado con una introducción, un desarrollo de temas, una repetición y una parte final que destaca o se diferencia del resto de la novela en sí.

En el 2018 recibes el premio Copé de Oro, pero en la categoría Cuento. ¿Cómo das este salto hacia la novela que para muchos autores resulta complejo?
– Bueno, en realidad la novela y el cuento comparten esta intención narrativa, esto que es básicamente contar una historia. Pero el salto más hondo –y no sé si llamarlo cualitativo y cuantitativo, porque no es posible medirlo en esos términos– es que en la novela uno puede explayarse totalmente y tiene cierta libertad mayor para ahondar en la psicología de los personajes, cosas que el cuento no te permite. Por otro lado, en el cuento uno termina cogiendo experiencia para narrar, para contar historias; entonces, el salto quizás no sea tan brusco, porque al pasar a la novela uno parte ya de una experiencia previa.
Entre el 2018 –el año del Copé de Oro– y el 2025 –el de la aparición de esta novela– lo que tenemos de por medio es la pandemia. Para muchos, esta fue una etapa muy dura. Y para otros, quizás la oportunidad de pasar más tiempo a solas, dedicándole energía a la escritura.
– Yo sé que mucha gente la pasó bastante mal, pero hay gente que también sintió la pandemia como un periodo de reposo en el cual uno podía frenarse y hacer cosas como leer o ver películas. Mi caso fue ese porque yo había empezado esta novela y creo que no la hubiera podido terminar sin un periodo como la pandemia. Había empezado algunos años atrás y la culminé en el 2021, no recuerdo bien las fechas o el mes exacto. Pero ese año cerré la novela porque la pandemia me permitió agregar más horas al tiempo “normal” que suelo tener para escribir.
En San Marcos estudiaste periodismo, un oficio muy vinculado con la literatura.
– Sí, yo trabajé en la sección cultural del diario Expreso y mi desarrollo como periodista se tuvo que cortar de plano porque la tarea de escribir pedía una “monogamia”, una especie de dedicación exclusiva. Y tuve que optar porque sabes que el periodismo es muy absorbente, ¿no? No puedes estar con dos cosas que te absorben y entregar lo tuyo en iguales proporciones a ambas partes porque eso es imposible. De modo que tienes que optar: una actividad u otra.
Ah, pero muchos escritores consagrados –y no hace falta nombrarlos– destacan que en sus inicios hicieron periodismo.
– Sí, porque el periodismo es una carrera hermosa en el sentido de que uno trabaja con las palabras. ¿Y qué carrera que trabaje con las palabras no te lleva de algún modo hacia la narrativa? Ese es el vínculo principal.
¿Vas a permanecer en el cuento o con ‘Preludio a los delirios de un joven pianista sin cabeza’ pasas ya definitivamente a la novela?
– Quisiera decir que sí, que paso a la novela, porque es algo que me gustaría desarrollar a largo plazo: escribir novelas continuamente. Pero también me contradigo porque hace poco quería comenzar algo, empecé un cuento y luego, por una cuestión anímica, terminé escribiendo poemas.
¡Poesía!
– Sí. Creo que los géneros literarios son más que todo estados de ánimo. A veces uno tiene energía y estado de ánimo como para escribir una novela como esta –que es algo extensa– y a veces no. A veces, uno tiene ganas para escribir poesía o solo para leer; creo que el estado anímico encaja con un género en particular.
Me dejas pensando en que la escritura, en realidad, es una actividad en la que uno se va desenvolviendo de acuerdo con el estado de ánimo, pero también según la disponibilidad de tiempo.
– Sí, de todas maneras. Creo que la narrativa exige, sobre todo, un poco más de disciplina –o toda la disciplina– y tiempo. Siempre me he preguntado qué se necesita para escribir y he llegado a la conclusión de que no es tanto una cuestión de talento, porque el talento también se puede trabajar, sino de tiempo. El tiempo es la materia prima con la que el escritor puede trabajar las palabras.

¿Eres de los autores que escribe pensando en el lector?
– A mí me gusta mucho una cosa que dice Umberto Eco: que escribió ‘El nombre de la rosa’ para sí mismo y luego encontró que había un millón de personas como él. Yo también quisiera decir que escribo para mí y encontrar que afuera hay por lo menos un puñado de personas como yo.
Ya que mencionas a Eco, quisiéramos conocer cuáles son tus autores de referencia y cómo influyen en tu forma de escribir.
– Lamentablemente, a mí me gustan autores que son como inalcanzables en el sentido de la escritura. Si yo empezara a escribir como ellos, dejaría de buscar una voz propia. Me gusta mucho Francisco Umbral y siempre lo menciono, de hecho, es uno de mis autores de cabecera. Por ahí andan también Pierre Michon, Erri de Luca. Me he dado cuenta de que, con los años, no han cambiado mis gustos, sino que se han reafirmado sobre autores que, como en el caso de Umbral, son ‘escultores de la palabra’. Lo que hoy me interesa es jugar con las formas, me gusta distorsionar la forma narrativa, como si fuera un plástico.
Cuando has hecho periodismo cultural, te ha tocado escribir también crítica de libros. ¿Qué opinas de la crítica literaria actual?
– Bueno, los críticos literarios que se formaron estudiando Literatura no han tenido realmente mucho espacio para publicar sus textos en los periódicos. Quizás porque el diario exige brevedad y no un desarrollo amplio como demanda la crítica. Pero, aun así, hay espacios y críticos que siempre leo. Por ejemplo, Ricardo González Vigil me parece un excelente crítico literario. Pero son pocos y son contados. Lamentablemente, vivimos en un país donde los espacios para la crítica son cada vez menos, si no ya inexistentes.
Además, lo que ahora se publica en diarios no necesariamente es crítica literaria, sino comentarios de lectura…
– Sí, de hecho, ahora con las redes sociales cada persona ya es un “pequeño crítico”. Posteas una foto del libro tal y dices que te gustó tal y cual cosa de la historia. Y eso, no puedo negarlo, también influye mucho en cómo le va (en ventas) al libro.
¿Reconoces valor a los “comentaristas de redes”?
– Personalmente, yo no. Pero mi ego, sí. O sea, al ego siempre le gusta comer de ese tipo de cosas.
Especialmente cuando hablan bien de uno…
– Sí, sobre todo cuando hay un comentario favorable: al ego se le despierta el apetito y te controla.
(FIN/Ensayo General)

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— Ensayo General (@Ensayo_General) June 27, 2025
Conversamos con Mariana de Althaus sobre 'Niños caen del cielo', versión libre del clásico 'El jardín de los cerezos ' de Antón Chejov.
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