Por: César Chaman
¿Puede un relato de la etapa madura funcionar como un “ajuste de cuentas” de carácter personal frente a las convicciones y desilusiones de una vida dedicada a las letras? El escritor Juan Morillo Ganoza (Pataz, 1939) llegó a Lima en una visita breve –desde Madrid– para presentar su novela ‘Cenizas en el cielo’ (Garamond, 2023).
Vicente –el protagonista de esta ficción– critica tanto el viraje del socialismo hacia el capitalismo, como las acciones terroristas de Sendero Luminoso. Morillo vivió cerca de cuatro décadas en China, a donde llegó en los años 70 tras participar intensamente en los debates del grupo Narración sobre la realidad y la política del Perú, en una etapa de cambios profundos y desenlaces dramáticos.
“Nada de ajuste de cuentas –enfatiza el escritor–; el hecho de que sostenga ideas socialistas no me exime de ningún modo de asumir una actitud crítica ante esta ideología, como lo hago ante aquellas acciones abominables de Sendero propias del terrorismo”.
La siguiente conversación se inicia con el concepto del “compromiso intelectual” y avanza sobre la relación dinámica entre las ideas de un autor y su creación literaria, criticando por tramos el arte que deviene en panfleto, los riesgos de un radicalismo que anula el debate y el abandono de ciertos ideales ahora incómodos para mucha gente.
En la presentación de ‘Cenizas en el cielo’, usted resaltó una idea clave: el compromiso intelectual. ¿Cómo entiende ese compromiso?
–Compromiso es asumir una responsabilidad frente a una situación determinada. En el período al que me referí, había una ideología consistente, el socialismo, que despertaba en toda una generación el sueño por cambiar la realidad social. En ese entonces, en un país con serios problemas sociales y económicos –que no eran nuevos, sino que venían del pasado– y ante la posibilidad de llevar a la práctica una ideología que permitiera transformar según este modelo ideológico, pues había que definirse asumiendo el compromiso de luchar.
¿Cómo se lucha literariamente?
–De varias maneras. Yo hablaba de “trincheras”. Intelectualmente, se supone que uno lucha de varios modos: mediante el análisis de la situación del país, esclareciendo problemas, divulgando soluciones, proponiendo alternativas y, sobre todo, manteniendo la coherencia entre el modo de pensar y de actuar, ambos orientados a la lucha por transformar la sociedad.
¿Hacia dónde se orienta ese compromiso cuando la realidad demuestra el fracaso del modelo socialista?
–En primer lugar, partamos del fracaso del modelo y luego de algo ineludible: una razonable decepción. En la novela ‘Cenizas en el cielo’ se plantea tal situación: aparece una ideología como el sustento vital de los sueños del protagonista a cuya realización se entrega, pero luego, ya dentro del proceso, descubre situaciones que contrastan con sus creencias. Y más allá de esto ve, en el contexto histórico, hechos que lo llevan a la reflexión.
Poéticamente, usted ha descrito al socialismo como un sitio de cielo celeste, de paz y justicia.
–Digamos que es una especie de imagen, una metáfora, con que algunos jóvenes de mi época aludíamos a ese espacio que sería habitado por los proletarios del mundo. Socialismo, espacio limpio, cielo no contaminado.
¿Todavía hay espacio para pensar en una posibilidad así?
–Pienso que los procesos de la Unión Soviética y de China no significan el fracaso del socialismo, sino el de la organización del sistema. ¿Fueron, los dirigentes, sobrepasados por las exigencias del nuevo sistema y se dejaron llevar por lo fácil y conocido, las tentaciones del capitalismo? Los organizadores del Estado tiraron la toalla por alguna razón. Sigo pensando que nos espera el socialismo, el único sistema que nos garantiza una sociedad justa e igualitaria. Y pienso también, por los fracasos en todos los sentidos, que la vía mejor no es la lucha armada.
Y en ese sueño figurativo, ¿cuál es el papel de los escritores?
–Un narrador escribe, entre otras cosas, para motivar en los demás la reflexión sobre la vida.
¿Qué opina sobre el arte que hace propaganda?
–Hay cientos de casos en que la obra de arte se ha puesto al servicio de una causa determinada. En cuanto al socialismo, recuerdo haber leído novelas que eran una apología del nuevo sistema. La habilidad del escritor no evitaba el desastre de calidad de las obras que no eran otra cosa que panfletos. Por mi parte, soy un ferviente defensor del socialismo y creo que mi responsabilidad es luchar por su advenimiento.
¿Puedo desligar mi compromiso personal de mi obra literaria?
–No, no lo creo. Digamos que si yo escribo una novela, todo mi arsenal imaginativo no se orientará a organizar una defensa del socialismo, pero este podría estar presente en la visión de algún personaje o en el clima de la obra. Un escritor debe responder a las exigencias de su realidad sin renunciar a su modo de ser y de pensar.
La ficción corresponde a mi manera de ver el mundo…
–Exacto. En la ficción hay –seguramente– una toma de posición política. En mi obra está mi manera de pensar, lo que no quiere decir que ella sea la expresión a favor o en contra de una causa política.
¿La obra al servicio de qué, entonces?
–Al servicio de mi libertad de expresión. Tengo una forma de pensar que me permite ver el mundo de cierta manera. Y cuando trabajo una ficción, la creación se sustenta en mi forma de pensar, pero en ningún momento se me ocurriría meter en ella un discurso en defensa del sistema. Y quien lo hace, pues se degrada como intelectual, como escritor.
Como movimiento literario, ¿qué vino después de Narración?
–Narración no fue un episodio que correspondiera a un período de tiempo, sino a un contexto abierto a fines de los sesenta, una época en que había una posición un poco sectaria de la izquierda, cuyo radicalismo era algo exagerado. Marx era una Biblia con puntos que había que llevar adelante sin discutir. Y yo siempre estuve alerta frente a eso. Algunos de nuestros miembros tenían esa actitud: “Si no somos radicales, no avanzamos”. Otros promovían el odio de clase. Aparte de esto, había espacios de lucidez en que debatíamos tratando de clarificar las cosas. Algunos intelectuales de esa generación –muchos, diría yo– pensaban que, tratándose del marxismo, no se podía discutir más: “Si discutes, eres un revisionista”.
¿Y usted dio la batalla ahí?
– Yo he discutido mucho con mis compañeros. Yo no quería aceptar a rajatabla los principios del marxismo.
¿Se discutía también sobre estilo, estética, escritura?
–Una que otra vez alguien disertaba sobre esto, pero las discusiones eran generalmente políticas. Sabíamos lo que pensaba cada cual, había distintas formas de pensar. Digamos que en Narración no todos éramos marxistas maoístas. En ese momento, nadie dudaba de que una revolución armada pudiera llevarnos al socialismo. Claro, eso era lo que nos exigía la realidad de entonces y había que estar dispuestos a asumirlo.
Y toda esta discusión, ¿cómo influía en su creación literaria?
–Por lo menos a mí, la creación no me viene como una reflexión política y tampoco vivo preocupado en saber si lo que digo es políticamente correcto o no. Al escribir, entran en juego factores de otro tipo –estéticos, literarios– que se van conjugando con los elementos de la realidad.
En un plano personal, ¿cómo impactaron en usted los sucesos de Tiananmen en 1989?
–Yo estaba allí con el poeta Mito Tumi. Es algo largo de contar, pero el asunto es que apareció un movimiento estudiantil agitando los lemas de libertad y democracia, justo cuando las reformas capitalistas transformaban el perfil de China. Era muy claro que había la intención de eliminar todo intento de vuelta al socialismo cubriendo el horizonte estudiantil con una prédica que agitaba las ideas de libertad y democracia, al estilo occidental. Hubo una evidente intromisión de Occidente en la campaña. Cerca de dos meses de manifestaciones diarias en las calles tuvieron un fin lamentable.
¿Qué de todo esto que usted relata como experiencia personal está presente en ‘Cenizas en el cielo’? ¿Cómo se vincula con el personaje Vicente y con ese tren-metáfora que avanza hacia el socialismo?
–Digamos que la novela no se propone ofrecer una visión de contenido político. Lo que hay en ella son vivencias y modos de pensar de los personajes en espacios determinados de la realidad. Por ejemplo, los sucesos de Tiananmen los vi en persona y en el libro aparecen referencias de los hechos, tal como ocurrieron, pero en versión de Vicente. Y en cuanto a los preparativos de la lucha armada en el Perú, los dos protagonistas, Vicente y Paloma, disienten de los planteamientos de los dirigentes, por lo que terminan prácticamente expulsados.
Usted vivió en China casi 40 años pero recién escribió una novela sobre ese país ahora que vive en España. ¿Por qué?
–Mis ocupaciones en China durante los primeros años fueron la enseñanza en la universidad y la corrección de novelas chinas traducidas al español. Me llevé una gran decepción. La mayoría era propaganda del sistema. Cuando me metí a fondo a escribir, lo hice tomando los temas que me bullían en la cabeza y los temas eran peruanos. Seguí así, hasta que en mi cabeza empezaron a hacerse presentes otros espacios. Debo decir que ejercí la docencia con toda libertad, respirando aquella agradable época de apertura.
(FIN/Agencia ANDINA)
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