Escribe: María Ynés Aragonez
“Si fuéramos pesimistas, diríamos: ‘Falta mucho, muchísimo que hacer’. Efectivamente, aún nos falta mucho para alcanzar el desarrollo y la inclusión, pero estamos avanzando”, opina Carmen Masías, directora del Centro de Información y Educación para la Prevención del Abuso de Drogas (Cedro).
Coloca los procesos sociales en perspectiva y, luego de comparar etapas, se anima a sostener: “Lo que ocurre ahora no hubiese sido posible hace 30 o 40 años; por eso, para mí es un privilegio vivir un tiempo y darme cuenta de que sí se ha avanzado”.
Con tono optimista, Carmen Masías asegura que para lograr un desarrollo sostenible en el país es necesario el trabajo coordinado y articulado entre el Estado, la sociedad civil y la empresa privada.
La directora de Cedro participó en la ceremonia de premiación de ‘Empresas Integradoras’, iniciativa que reconoce las buenas prácticas de las empresas en temas de integración e inclusión de sectores vulnerables, como mujeres, adultos mayores, personas con discapacidad, población LGTB y migrantes.
“La empresa es la que genera más riqueza y es importante una alianza con el Estado y la sociedad civil; ninguno puede caminar solo”, comenta Masías, al acotar que Cedro, precisamente, lleva 37 años trabajando de la mano con las empresas.
‘Empresas Integradoras’ es un proyecto de la Fundación Panamericana para el Desarrollo (PADF, por sus siglas en inglés), la Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (Confiep), el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y Cedro.
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Cultura de integración
En torno a ‘Empresas Integradoras’, Masías remarca que este proyecto implica trabajar con los empresarios y sus equipos, con el fin de reforzar actitudes y conductas que, sumadas, “van a ir cambiando el país”.
“Posiblemente, para que la gente acepte al otro, al extraño, al diferente, y para que se consolide una cultura de integración vamos a demorar mucho –admite la directora de Cedro–, pero cuando encontramos que hay empresas que están muy dispuestas a abrirse hacia la diversidad, veo las cosas con mucho optimismo”.
Psicóloga de formación, Masías observa que cuando se habla de ‘diversidad’ se incluye a personas con habilidades diferentes, a migrantes, a ciudadanos integrantes de los colectivos LGTBIQ+ y a personas neurodiversas o que tienen algún tipo de condición diferente en sus conductas.
“La cultura de integración debe fomentarse desde la infancia, trabajar no sólo en la escuela sino también en la casa, en la familia, porque muchas veces vemos que los niños discriminan a las niñas e incluso los mismos padres discriminan por raza, por género”.
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La escuela y la familia
Masías se declara admiradora de la escuela de Finlandia, por el fomento de la inclusión, pero acepta que no se trata solamente de copiar modelos foráneos, sino de conocer los que ya existen, para inspirarnos y adaptar lo bueno a nuestro propio contexto.
“Un ejemplo claro es la campaña que iniciamos desde Cedro para evitar el uso del tabaco –relata–. Cuando los niños empezaron a interiorizar que el tabaco era malo, porque en la escuela se presentaban programas de acuerdo a su edad, los niños no permitían que los padres fumaran”.
“Los niños les quitaban los cigarros a sus padres y los botaban”, recuerda la directora de Cedro. Allí pudimos darnos cuenta de que la escuela puede ser poderosa; claro, lo ideal es que también se sume la familia.
Por todo eso, se necesita una escuela consciente, no discriminativa, que integre, añade Masías, a modo de conclusión. “Ese sería el más grande avance: la cultura de integración es realmente un pilar de lo que significa manejar las diferencias culturales de manera creativa”.
(FIN/Ensayo General)