Sin proponérselo, el título de su última novela remite a una declaración de principios para días de luto y pandemia: ‘Todo, menos morir’. La escritora Alina Gadea Valdez (Lima, 1966) recuerda que este libro debía entrar a la imprenta a inicios de marzo del 2020, pero quedó retenido por la primera cuarentena, aquella con la que los peruanos despertamos a una realidad inédita para todo el planeta.
Con espíritu epicúreo, la narradora entiende que la crisis del coronavirus podría tener incluso un lado positivo: “El encierro –asegura– nos hizo ver que, de repente, no necesitamos una serie de cosas que antes creíamos indispensables”.
Escritora por vocación, Gadea Valdez es graduada en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y observa con interés fenómenos sociales como el de las fake news. Vivimos una época de contradicciones: mientras más necesitamos de información, más falsedades circulan, opina.
Autora de las novelas ‘Otra vida para Doris Kaplan’, ‘Obsesión’, ‘La casa’, ‘Destierro’ y ‘Todo, menos morir’, Alina Gadea integró la delegación peruana que participó en la FIL de Guadalajara 2021, encuentro cultural al que se refiere como ‘una feria fabulosa’.
En el 2010, con su poemario ‘A veinte centímetros del suelo’, obtuvo una mención honrosa en el concurso Scriptura, convocado por el Pen Club y el Centro Cultural de España. Sus cuentos han sido recogidos en diversas antologías. El siguiente es un diálogo de reencuentro.
Alina, ¿cómo has lidiado con la pandemia, con estos meses tan complicados para todos?
– La pandemia es una cosa terrible para la humanidad. Y para un escritor también lo es. Pero, al mismo tiempo, el claustro llama a escribir, a interiorizar más, a leer y pensar. Y sólo en ese sentido hemos podido avanzar un poco.
En medio de las restricciones de la emergencia, presentaste tu novela ‘Todo, menos morir’. ¿Qué estás escribiendo ahora?
– En realidad, ‘Todo, menos morir’ tenía que entrar a imprenta un viernes y la primera cuarentena se anunció un domingo. Luego, con las restricciones, el libro estuvo retenido un buen tiempo, pero se presentó durante la pandemia con gran esfuerzo. Ahora estoy trabajando una novela a partir de un cuento titulado ‘El último de los caminos’, que tiene que ver con el encierro y la insatisfacción, con lo que nos sucede a los seres humanos en el aislamiento y los pensamientos que nos asaltan respecto a lo que hubiéramos tenido que hacer, a lo que hicimos, a lo que quisiéramos hacer y a lo que nos falta por realizar. Junto a ello, el tema de la liberación, la libertad y las cárceles personales, esas que nos imponemos muchas veces sin darnos cuenta.
‘La casa muerta’ también era un cuento que, después, se convirtió en novela…
Sí, lo desarrollé en una novela y después la reeditaron en Buenos Aires. Es un libro que se reeditó con un sello independiente, Campo de Niebla. Uno va un poco a tientas con estos proyectos, pero ojalá que esta incertidumbre termine pronto.
Integraste la delegación peruana que acudió a la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. Hubo mucha polémica sobre el particular. ¿Qué opinas ahora, a la distancia?
– Me pareció un tema mal manejado desde el inicio. Fue algo muy irregular eso de desembarcar escritores después de habérseles nombrado. Muchos de nosotros decidimos no participar, para no ser parte de ese enredo. Pero después se nos volvió a convocar y, la verdad, el no ir hubiera sido contribuir con el caos. Así que volvimos. Aparte de ello, fue una experiencia increíble: México ha desarrollado los ámbitos de la cultura de una manera impresionante. La FIL de Guadalajara es realmente fabulosa. Era la primera vez que acudía a una feria fuera del Perú y me tocó precisamente esta actividad enorme: hay todos los libros que te puedas imaginar… y más.
¿Qué tan fabulosa?
– Es inmensa, inimaginable, una cosa extraordinaria. Es la más grande de América Latina. Además, es increíble todo ese espíritu cultural, las ganas de leer, la gente se lleva los libros por docenas. Es una cosa impactante; he quedado muy sorprendida porque te sientes como una hormiguita en medio de un escenario gigantesco; no hay cuándo acabar.
¿El hecho de ser invitado de honor te coloca en una posición de privilegio en relación con los demás países participantes? Imagino que hay delegaciones que llegan con muchos recursos y cosas para mostrar.
– Seguro que sí. En esa feria enorme, te encuentras con el stand del Perú, armadísimo, muy completo y también muy bello, con quipus inmensos, la foto del nevado Salcantay, por detrás, el Cusco… una cosa preciosa. Es un orgullo muy grande haber participado representando al Perú, de verdad.
¿En qué actividades te tocó participar?
– En una mesa sobre las mujeres en la literatura, con Jennifer Thorndike, y otra con Selenco Vega, sobre la construcción psicológica de los personajes con el tema de la familia. Y lo más bello de todo fue asistir a una escuela preparatoria a dos horas de Guadalajara, en San Miguel de Los Altos: era conmovedor y precioso ver a los chicos leyendo, preguntando cosas tan inteligentes, de una manera tan cordial, con tanto cariño; ver a las profesoras, a la directora, todos tan interesados en conocer más sobre el Perú.
Como delegación, ¿llegaron a estar juntos en algunos momentos?
– Sí, te encuentras con algunos escritores, otros ya se han ido, te cruzas con otros. De hecho, con algunos ni te encuentras porque la feria es tan grande… Es muy esperanzador ver semejante movimiento de libros en un mundo donde, a veces, sentimos que falta lectura y, de pronto, te das con tremendo respaldo, con una voracidad por la lectura y los libros. Es increíble.
¿Qué se comentaba sobre el Perú allá en México? Has tenido oportunidad de compartir con el público, con escritores de otras nacionalidades, ¿qué se decía sobre nuestro país?
– En México, la gente sabe mucho de su país. Y, en base a esa actitud, también están abiertos a querer conocer sobre el nuestro. Como país invitado de honor, se tocaron muchos temas sobre el Perú y su cultura, se resaltaron los parecidos entre las dos naciones. Hubo conversatorios interesantísimos; es un movimiento cultural muy grande.
En ese contexto, el trabajo del periodismo cultural es importante y es algo que celebro, pues las personas tienen que leer para ser mejores, para entender más, para estar mejor situados en el mundo. Eso no se puede lograr sin lectura. La frase de César Vallejo que sostiene que leyendo más se es más libre es la pura verdad.
En estos días, a propósito de la vacuna, se ha generado todo un debate en torno a la libertad: “Soy libre de decidir si me la aplico o no”. Con todo, me parece interesante que se discuta sobre la libertad, que se ponga a debate el concepto ‘verdad’. ¿Cómo observas este problema?
– Lo de las fake news es muy grave, es un torrente imparable en torno al cual no hay manera de legislar. Paradójicamente, esta sobredosis de información es, al mismo tiempo, desinformación. Estamos en una época de contradicciones: mientras más necesitamos de información, más falsedades circulan. Y eso contribuye a la ambigüedad y la inseguridad: no sabemos qué es lo que realmente ocurre y qué no.
Otra contradicción es que la literatura de ficción explica la ‘realidad’ mejor que otros recursos: muchas veces, las historias ‘ficcionadas’ nos acercan más a lo que nos interesa, nos aproximan a la realidad. Curiosamente, la ‘realidad inventada’ por los escritores es la que en verdad nos toca íntimamente, la que sentimos más inmediata a nosotros. Y esa es la magia de la lectura y tenemos que pegarnos a eso, para no sucumbir en un medio en que se dicen demasiadas mentiras. Desde mi punto de vista, no vacunarse es una irresponsabilidad.
Mi hipótesis es que cuando la gente percibe que la televisión le está ‘diciendo algo’, sabe que lo hace por interés. Pero, cuando una persona escribe una historia, el lector siente que ese escritor no tiene intención de ‘traficarle’ nada: es alguien que escribe desde la ficción, pero también desde la honestidad.
– Tienes razón, se percibe una honestidad porque un escritor no tiene la necesidad ni la ganas de sacarle la vuelta a nadie, con nada. Ahora, con las fake news mucha gente vive en la desconfianza y en el rechazo. Y ese es un asunto grave. Anteriormente, hemos tenido otro tipo de problemas a nivel social, pero hoy el mundo vive entre los maleficios de la desinformación y los dobles discursos. Veremos qué pasa, pero debemos guiarnos por el faro que representa el acto de leer; en tiempos difíciles, tenemos que guiarnos por el faro de la literatura y el buen periodismo.
En el mediano plazo, ¿cómo impactará la pandemia en la literatura y los escritores?
– La tecnología digital ha cobrado mayor auge ahora que todos los trabajos y el estudio se hicieron virtuales. Las publicaciones también se están digitalizando, lo mismo que las presentaciones de libros y las conferencias. Eso tiene un lado bueno: está participando gente de todo el mundo, vía Zoom, e incluso tienes interacción con personas que viven con otros horarios. Eso es interesante, pero no podemos perder de vista la importancia de la lectura. Porque esa inmediatez de lo digital hace que las personas retrocedan también en la capacidad de procesar lo que leen o de leer algo de largo aliento y entenderlo. Ojalá todo no fuera tan inmediato, tan fugaz, sino que cada uno reforzara esa aptitud de procesar lo que lee, de conectarse y sacar conclusiones propias. Y eso es algo que se logra leyendo, sea como sea.
Pienso que el libro impreso seguirá adelante pese a las dificultades porque, finalmente, somos seres humanos y todo no puede ser tan etéreo como la virtualidad. Llega un momento en que alguien quiere tomar un libro, sentir las páginas entre sus dedos, olerlas y acostarse con ellas hasta quedar dormido.
¿Te has acostumbrado a los formatos digitales?
– Hay que adaptarse, pues, ¿no? La frase de Darwin tiene vigencia: el más fuerte es el que se adapta…
Y el que sobrevive…
– Sí, claro. Pero, a pesar de ello, considero que nada reemplaza al verse en directo. No creo que sea viable un aislamiento a tal extremo. La tecnología puede ser útil para conectar con gente que está lejos, nadie lo niega, pero necesitamos encontrar un equilibrio entre lo virtual y lo presencial. No somos islas.
Tu rutina de trabajo, ¿cómo ha cambiado?
– Me he reformulado y estoy adoptando un estilo de vida que me permite más tranquilidad precisamente para leer y escribir. Sé que la historia en la que me he embarcado me exige bastante, pero me tomo mi tiempo. La verdad, estoy agradecida con la vida: me he adaptado a esta situación y creo que el encierro nos hizo ver que, de repente, no necesitamos una serie de cosas que antes creíamos indispensables. En ese sentido, creo que esta crisis puede ser incluso beneficiosa.
¿Para cuándo te has propuesto culminar la novela en la que estás trabajando?
– Si logro agarrar mano y escribir de manera constante, me tomaré este año. Es una novela sobre todas estas iluminaciones o revelaciones que nos ha traído la pandemia. Me parecen temas interesantes porque son comunes a todos. Creo que mucha gente debe haberse sentido con ganas de liberarse o, también, muy frustrada. Estos temas son bastante literarios, son situaciones que resulta interesante explorar.
La salud mental, otro gran tema…
– Sí, la verdad que sí.
¿Cómo crees que vamos a salir: igual, mejor, peor?
– Hay que humanizarse. Quizás hay que verle el lado bueno a todo esto, de una manera epicúrea. Miremos el lado positivo: ojalá la gente haya aprendido a relacionarse mejor a partir de los afectos, a leer más, a apreciar las cosas más sencillas y de manera sencilla, de pronto a cuidar más la naturaleza, cuidarse más uno mismo. Hoy necesitamos cuidarnos de no entrar de nuevo en esa vorágine de antes, aunque veo que muchos ya están tratando de salir, como fieras, a devorar todo lo que encuentren a su paso. Y eso ocurre porque, lamentablemente, Occidente nos ha hecho de esa manera.
¿Qué estás leyendo en estas semanas?
– He aprovechado para leer un montón. A mí me gusta leer poesía. A pesar de ser narradora, me encanta la poesía. Todas las noches leo poesía y con eso me limpio de la realidad y de esas horrendas noticias que no tienen cuándo acabar. Me sirve como un bálsamo, es como bañarse en el mar: leer poesía es entrar a un mundo mejor o despertar en un sueño feliz. Creo que ese es el valor de la poesía y, en general, de la ficción, por supuesto.
¿Estás repasando poetas que ya conocías?
– A mí me encanta la poesía peruana: César Calvo, Javier Heraud, Luis Hernández, Carlos Oquendo de Amat, Martín Adán, Juan Gonzalo Rose, Eguren y Vallejo, por supuesto. Desde que estudiaba Derecho, me escapaba a echarme debajo de algún arbolito para leer poesía. Leo en realidad toda clase de libros. Estuve leyendo a Tanizaki, a Mishima, me gusta la literatura japonesa.
¿Y haiku?
– Sí, es hermoso. Y lo bueno es que nos salva. Lo importante es tratar de salvarse. Yo no sé cómo estará la gente, en general, pero tenemos un país tan ‘aproblemado’, tan convulso, tan lleno de desigualdades, que uno se escuda en esta belleza de la palabra. Pero el problema es mucho más serio: la realidad se está haciendo más terrible y, paradójicamente, estos temas sirven como combustible para un escritor. Esas carencias, esas necesidades y conflictos hacen que uno quiera explorarlos y explicarlos, entender y relatar esa condición humana.
(FIN/Ensayo General)