De la mano de creadores, directores, actores, realizadores y técnicos, el cine probó hace mucho que es más que una ‘pantalla grande’. El cine expone realidades y, como industria, también invisibiliza, a tono con una práctica mediática que describió acertadamente Bourdieu, la de “ocultar mostrando”.
A lo largo del siglo XX, polémicos proyectos totalitarios utilizaron la producción cinematográfica con intención de validar sus excesos, aunque también existe experiencia de movimientos sociales que –en todo el mundo– apelan al cine para hacerse escuchar.
En junio del 2025, el Perú será sede del 15° Festival Internacional de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas ‘Voces e imágenes de nuestra Madre Tierra’, evento global al que acogió por primera vez en la década de 1990, una etapa de profundización de la crisis política y social en el país.
“Los festivales de cine son un espacio político para discutir la situación de los pueblos indígenas”, asegura el antropólogo Newton Mori Julca, artista plástico e investigador de Chirapaq, Centro de Culturas Indígenas del Perú, en conversación con ‘Ensayo General’.
Esta será la segunda vez que el festival se realiza en nuestro país. La primera fue en 1992, en el Cusco, y ahora está regresando trece ediciones después, explica Mori. “El 15° Festival Internacional de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas se desarrollará en Lima, Ayacucho y Ucayali”.
Sueños, evasión, compromiso
‘Fábrica de sueños’ para los románticos, ‘industria de la evasión’ para los críticos, el cine ha sido definido a partir de diversas sensibilidades desde el estreno de ‘La salida de los obreros de la fábrica Lumiere’ (1895), la primera película de todos los tiempos.
Con espíritu poético, el director franco-suizo Jean Luc Godard decía que el cine no es un arte que filma la vida, sino que el cine “está entre el arte y la vida”. Para la Escuela de Frankfurt, el arte tiene dimensiones estéticas, vocación crítica y orientación hacia la vida.
Al abordar el tema del cine indígena, sin embargo, conviene preguntarse por sus particularidades. ¿Qué define lo indígena en el cine? ¿La temática, lo que se cuenta en pantalla? ¿El origen del director o directora, el de los actores? ¿Las locaciones del rodaje? ¿Las intenciones?
La respuesta es compleja; se trata de “un conjunto de elementos”, comenta Mori.
“En principio, el cine indígena sirve para posicionar nuestra problemática y, en función de ello, es pensado, producido y dirigido desde las organizaciones indígenas y también por cineastas indígenas o por cineastas que no lo son pero recogen (en sus producciones) la problemática de nuestros pueblos”.
En ese sentido –continúa el antropólogo–, los festivales constituyen una oportunidad para poner en evidencia las diversas temáticas indígenas que se abordan según las bases y las convocatorias: mujeres, juventud, tierra, infancia, territorio, cambio climático.
Agenda de los pueblos indígenas
Lo que va a la pantalla “es la agenda de los derechos de los pueblos indígenas: derecho a territorio, derecho a identidad, derecho a la participación política y, específicamente, a partir de la realidad de las mujeres, niños y jóvenes, cómo son visibilizados y cómo encuentran espacios para ejercer sus derechos”.
En los diferentes festivales, hay categorías que recogen estas urgencias y acogen obras en géneros audiovisuales como el documental, la ficción, el reportaje, la animación, el videoclip, los nuevos lenguajes, la serie o cualquier combinación de los mismos, “sin importar su duración o formato”.
Pero, ¿cuál es la frontera entre el cine como plataforma de acción política y el cine como expresión artística?
Mori no evade la pregunta. “Desde la Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas (Clacpi), el ente que articula a las organizaciones, liderazgos y productores y cineastas que abogamos por el cine indígena, no hacemos esa distinción”, responde.
“No es que nos inclinemos más por lo político o más por lo estético –aclara el representante de Chirapaq–. El cine indígena ya ha venido desarrollando un lenguaje propio y, conjugando lo político con lo estético, damos visibilidad a la problemática de nuestros pueblos”.
Cómo participar en el festival
De hecho, un festival implica no solo la proyección de las películas.
“También tendremos mesas de trabajo, conferencias, encuentros, talleres para liderazgos indígenas –con el fin de que incorporen el cine en sus agendas– y foros para que jóvenes realizadores indígenas accedan a la experiencia de otros cineastas con mayor trayectoria”, acota.
Las bases para participar en el festival ‘Voces e imágenes de nuestra Madre Tierra’ están disponibles en la página web de Chirapaq: clic aquí. “Y si necesitan información más precisa, los interesados pueden escribir al correo cineindigena@chirapaq.org.pe”.
Mori reserva para el final la cuestión de la estructura narrativa del cine indígena. “En muchas oportunidades nos dicen: ‘Oiga, pero esas producciones no tienen un final en sí mismo’. Bueno, es que la misma situación de los pueblos indígenas no se agota en una historia del tipo principio-fin”.
Propuestas cinematográficas de final abierto, lo importante es hacer sentir las voces de nuestros pueblos, las imágenes de la Madre Tierra, subraya el artista plástico. “No hay un final para nuestra situación como pueblos indígenas; seguimos en proceso de construcción de soluciones”.
(FIN/Ensayo General)
>> PARA LEER EN RED >> ‘Un encuentro fortuito’: 22 artistas plásticos conmemoran cien años de surrealismo