Mariana de Althaus: “Estamos en un momento tan difícil en el país que nos cuesta reír”

Entrevista: CÉSAR CHAMAN

En ‘Niños caen de los árboles’, Mariana de Althaus adapta el clásico ‘El jardín de los cerezos’ de Antón Chejov para pensar el Perú de hoy. Con las licencias de una versión libre, la obra recrea el dramatismo y las liviandades en torno a un ocaso, el de una familia aristocrática que pierde una propiedad valiosa y –junto con ella–, el abolengo, el poder y el estatus.

En esta entrevista, la directora y dramaturga reflexiona inicialmente sobre el proceso creativo, para avanzar luego hacia la fragilidad de ciertos vínculos sociales, el abandono del mundo andino y –sobre todo– la urgencia de escucharnos en medio de la polarización. “Si vamos a reflexionar sobre asuntos nacionales, es mejor que sea desde la belleza y el humor –opina De Althaus–. Con ‘Niños caen de los árboles’ realmente tratamos de hacer una comedia y no nos salió tan graciosa”. A continuación, la conversación completa.

Quiero empezar esta conversación preguntando por cómo te sientes más cómoda: si creando historias propias o, como en este caso, adaptando. ¿Qué podrías decirnos sobre tu trabajo de creación y dramaturgia?

– En realidad, son procesos con desafíos distintos. Evidentemente, crear algo de la nada es un poco más difícil. Crear algo totalmente propio, desde cero, es como buscar un tesoro en un territorio lleno de piedras: no se sabe dónde está, hay que ver si existe el tesoro y es necesario excavar. Adaptar una obra como ‘El jardín de los cerezos’ de Antón Chejov, si bien tiene la ventaja de que la historia ya está hecha, de todas maneras entraña la enorme responsabilidad de estar a la altura, de no hacer una mediocridad. Si voy a trabajar una versión de un autor, pues tengo que justificar mi atrevimiento y ofrecer una mirada que alimente la obra. Y eso no es tan fácil. En ese sentido, ‘Niños caen de los árboles’ ha sido difícil porque teníamos que adaptar la obra de Chejov al hoy. Y eso siempre es complicado, por las implicancias políticas y sociales que tiene una historia de actualidad.

En esta obra, ¿escuchamos a Mariana de Althaus a ocho voces, las de los personajes que vemos en escena? ¿Es Mariana reflexionando, hablando a través de ellos?

– Eso que dices es muy bonito porque, efectivamente, los dramaturgos tratamos de ponernos en los zapatos de cada uno de nuestros personajes para darles una vida, para darles una verosimilitud y dotarlos de sentimientos reales. Sí, yo me he puesto en los zapatos de Julio, de Fidel, de Cindy Lauper, de Angélica. Y, de alguna manera, todos representan una parte de mí, ¿no? Pero también hay mucho de observación, de interés en los resortes que mueven las distintas personalidades que conviven en este país.

Hay un personaje que no aparece en escena, pero está presente: el hijo de Angélica, un personaje que murió de niño. ¿Qué papel juega en la obra?

– A mí me llamaba mucho la atención que en la obra original de Chejov se mencionara un par de veces que Angélica perdió a un niño, a un hijo que se ahogó en un río. Y me preguntaba por qué Chejov le creó esa historia tan trágica a la protagonista, qué significaba ese niño. Yo siento que no es gratuito; hay algo, hay un símbolo detrás de esa pérdida. Y como toda la obra está hablando de un deterioro, de algo que fue y ya no es, de algo que se ha marchitado, sentía que ahí estaba un poco la clave de lo que Chejov quería contar en ‘El jardín de los cerezos’. Y, bueno, yo me aproveché un poco más de eso y lo acentué.

Porque además de ahí viene el título de la obra, ¿cierto?

– Claro. En la adaptación decidí colocar esa pérdida como un símbolo de la muerte de un tiempo, de un privilegio que tuvo esta familia, de un orden social que antes constituyó el estatus quo pero que ya se ha trastocado, un proyecto de país que se ha frustrado, un sueño que ha caído del árbol cuando aún estaba a medio crecer. Eso es algo que está en el original.

Angélica (Kareen Spano), Fidel (Augusto Casafranca) y Leonidas (Lucho Cáceres). Foto: Paola Vera.
Angélica (Kareen Spano), Fidel (Augusto Casafranca) y Leonidas (Lucho Cáceres). Foto: Paola Vera.

Esta idea de proyecto frustrado, de ruptura, está presente en distintos momentos de la historia del país: la República Aristocrática, el período de la violencia, por citar solo dos ejemplos. ¿Por qué eliges precisamente un contexto relacionado con la reforma agraria?

– Esta historia no ocurre en la reforma agraria, pero se hace alusión a ella porque es una familia que en un tiempo tuvo muchas tierras, muchos empleados, mucho poder y dinero. Y, de alguna forma, el país les ‘arrebató’ todo eso. O, digamos, ellos sienten que el gobierno se los arrebató. Y, ahora, no han sabido qué hacer con lo que les quedó y terminan perdiéndolo todo. Es una sensación de decepción, creen que “el mundo les ha fallado”, cuando en verdad ellos tampoco han podido hacerse cargo de lo que tenían. Sí, de todas maneras, en los periodos que has mencionado y en el que vivimos ahora –la actualidad–, estamos hablando de momentos en los que un proyecto se frustra. Y todos miramos alrededor y decimos: «¿Y ahora hacia dónde vamos?», “¿Cuál es la salida de esta cueva?”. Y nadie lo sabe; nadie tiene una vela y dice: «Yo, miren aquí, síganme”. O varios poseen una vela, pero nadie sabe quién tiene la razón. Entonces, creo que es un momento de confusión.

En el programa de la obra, el texto de Alberto Servat plantea una suerte de dicotomía entre ‘inutilidad’ y ‘emprendimiento’, que yo asocio a la clase que se derrumba y a la que emerge. ¿Coincides con esa idea?

– Bueno, es difícil trasladar esa percepción a una clase social concreta, porque se simplificarían mucho las cosas. Pero sí, en la obra de Chejov esta familia no ha sabido qué hacer con su privilegio, se ha sentado a esperar que la solución caiga del cielo. Y hay algo de una cierta clase social –que podemos encontrar también en este país– que no se da cuenta de que tiene un privilegio y, por lo tanto, no actúa en responsabilidad, no actúa con responsabilidad respecto de esa condición privilegiada.

Pero, en torno a ello, uno podría preguntarse válidamente: ¿Es posible que alguien no comprenda que tiene privilegios?

– Ufff, es lo más común. Así como los hombres no se dan cuenta de que tienen un privilegio frente a las mujeres, por ejemplo, ¿no? O los ricos, no se dan cuenta que tienen un privilegio frente a los pobres. O nosotros: yo tengo un privilegio respecto a las personas con discapacidad, por ejemplo. Si yo fuera una persona pobre, aún así tendría un privilegio porque tengo dos piernas, tengo una salud mental que otras personas con discapacidades no tienen. Todos tenemos privilegios. Ahora, es cierto que hay gente que no tiene ninguno. Y, obviamente, algunos tenemos más privilegios que otros, ¿no? Creo que la salud mental y la salud social implica, principalmente, reconocer que uno tiene un privilegio y actuar en consecuencia de eso. Digamos, habría que agradecer ese privilegio y hacer uso de ello de manera responsable.

Angélica, la aristócrata, está a punto de perderlo todo y, sin embargo, es una mujer divertida. ¿Cómo construyes ese personaje, a partir de qué referencias?

– El personaje original de Chejov es bastante encantador. Es una mujer privilegiada que está viviendo en las nubes, pero es amorosa, generosa. Y aun así, no pone los pies en tierra, no se percata claramente de lo que está pasando a su alrededor. Traté de traer ese personaje a la Lima de hoy y –en muchos aspectos– me vi identificada. Pero también busqué otros referentes de mi entorno. Me interesaba, sobre todo, no construir el estereotipo de la señora de clase alta, la típica pituca indolente que vive en una burbuja frívola. Eso no me interesaba porque ese personaje no me parece muy teatral, no me parece interesante, salvo que fuera una parodia. Yo quería ver a otra mujer, un poco recogiendo lo que Chejov había propuesto. Y quería encontrar su herida, su vulnerabilidad. Entonces acentué su locura, su miedo a caer en la locura. Angélica ha sufrido esta pérdida enorme: perder un hijo es la peor tragedia que le puede suceder a un ser humano y ella está siempre en el borde del precipicio, a punto de caer. Entonces, me parecía que eso dotaba al personaje de un volumen mucho más interesante que simplemente la tía pituca, pues eso no le interesa a nadie.

Angélica (Kareen Spano) y Dalila (Karolay Rodríguez). Foto: Paola Vera.

Sin ser exactamente la antagonista, siento que el personaje de Dalila Condori –la hija de peones que ahora tiene mucho dinero y quiere comprar el jardín de los cerezos– queda algo desairada: “¡Ah, sí, tiene mucha plata, pero no tiene cultura!”.

– Sí. Hay algo muy violento en la obra original de Chejov: este emprendedor es casi un héroe, porque es hijo de peones que no estudiaron nada y, sin embargo, él ahora tiene dinero y es capaz de salvar a una familia de la miseria, ¿no? Pero, a la vez, tala todos los árboles. Para mí, es como la representación de una nueva clase social que…

Que aplasta…

– Claro, una clase que en lugar de venir con sensibilidad y decir “A mis padres, a mis abuelos, a mis antepasados los chancaron, (pero) yo voy a crear un orden social donde haya justicia” –en lugar de hacer eso–, llega y también chanca como aplastaron a sus abuelos. Lo hace de otra forma, seguramente, pero hace lo mismo. Entonces, hay algo muy violento y triste en esa situación: Dalila se va a convertir en la nueva patrona…

No aprendimos casi nada, ¿no?

– No aprendimos nada. Y nos hace recordar mucho, por ejemplo, a cómo está compuesto el Congreso ahora. Es ese estereotipo de la persona que, digamos, creció en la adversidad, no tuvo privilegios, pero en el momento en que puede surgir, que puede ocupar una situación de poder, en lugar de trabajar para crear un mundo más justo, aplica las mismas técnicas de subordinación, de corrupción; aplica las mismas reglas que generan injusticia y opresión para los pobres. Entonces, creo que había algo de eso. Y, por otro lado, hay ese desprecio a la cultura, ¿no? Como estas personas no se han servido de la educación para surgir, desprecian la educación. Y es como decir: «Ah, pues me hago mi tesis falsa, igual voy a conseguir un buen puesto en el Congreso”, “Igual voy a tener dinero”.

Tengo la sensación de que encontraste en ‘En el jardín de los cerezos’ el texto exacto para proyectar tu propia reflexión sobre el país.

– Mi propia confusión sobre el país, dirás… Porque lo que estamos viviendo ahora es muy confuso. Y, en verdad, la obra propone muchas preguntas. Es interesante cómo Chejov logró extraer de su realidad –hace un siglo o más– un grupo de personajes en una situación que aún hoy nos refleja.

Entrevista con Ensayo General en el Auditorio ICPNA Miraflores.

Servat hace notar que, en principio, esta obra iba a ser una comedia.

– Sí, es que Chejov decía que ‘El jardín de los cerezos’ era una comedia. Yo no sé qué cosas le hacían reír a él. No sabemos cómo era el sentido del humor hace un siglo, en la Rusia prerrevolucionaria. Lo que nos hace reír ahora no hacía reír hace un siglo. O lo que les hacía reír antes a la gente, no nos hace reír ahora. Pero Chejov tenía la intención de que fuera gracioso: como los personajes son un poco extremos, las situaciones son un poco absurdas a veces, sí puede generar la sensación de querer reírse. Pero estamos en un momento tan difícil en el país que nos cuesta reírnos.

Hablando de la risa, se dice que el humor puede ser una herramienta potente cuando lo que uno persigue es propiciar la reflexión.

–Sí, el humor es un gran puente a la reflexión. Si no nos reímos, es un poco difícil introducirnos en estos temas. Además, estamos hartos de la política, estamos hartos de mirarnos en un espejo, no queremos saber. Queremos ver series, videos, cualquier cosa que nos permita seguir con nuestro día a día y con cierta salud mental. Si vamos a reflexionar sobre asuntos nacionales, es mejor que sea desde la belleza y el humor. Si es que se puede, claro, porque es difícil. Pero, realmente hemos tratado de hacer una comedia y no nos salió tan graciosa…

Refiriéndote a Antonio y Alma, estos dos jóvenes –un estudiante universitario y la hija de la familia aristócrata– que aspiran a una vida distinta, has escrito que ves en ellos la intención del entendimiento en momentos de polarización. ¿Crees en esa posibilidad?

– En esta obra, lo interesante es la posibilidad del encuentro. Antonio es un poco ‘caviar’, digamos, pero no es un ‘ultra’; propone una discusión sobre los derechos humanos, le interesa el problema de las muertes de las personas que no tienen recursos y tal. Y Alma viene más bien del otro lado, es miembro de una clase aristocrática que tuvo mucho poder en su momento. Esa conversación es muy difícil en la vida real, ¿no? Porque no se da, porque en las familias casi todos piensan igual y en las salas de las casas todos están más o menos de acuerdo en los temas de actualidad. Entonces, me parecía interesante que en esta obra existiera esta posibilidad de dos personas que se encuentran y puedan escucharse de verdad, sin pelear. E incluso dar la posibilidad de modificarse a través de esa conversación, porque los dos tienen razón…

Algo de razón y buena intención…

– Y tienen las mejores intenciones, sí, y puede ser que en el encuentro, en la conversación, puedan modificar ligeramente sus posturas.

Lo que pasa es que ya no queremos conversar, pues, ¿no?

– No queremos conversar. En estos momentos estamos demasiado polarizados y además muy seguros de tener la razón. Y nos rodeamos de gente que piensa como nosotros y vemos el noticiero que piensa como nosotros, el canal que piensa como nosotros. Entonces, todo el tiempo estamos reforzando nuestras certezas, que es una forma muy cómoda de mantenerse en la ignorancia o en la parcialidad, porque al final estamos viendo solamente un lado de la realidad. Así es difícil que luego decidamos escuchar el noticiero de las personas que piensan distinto o que hablemos con nuestros vecinos que son del polo opuesto.

Y al final ya nos sentimos rivales.

–Sí, nos sentimos como de otro país.

Mariana de Althaus. Foto: Paola Vera.

Un último detalle, por favor: el personaje de Fidel hablando por tramos en quechua y el cóndor en la escena final ¿Qué quieres decirnos con ello?

– En la obra de Chejov se abandona al mayordomo; la familia lo abandona, lo deja en la casa. Y si yo iba a poner esta obra hoy, me preguntaba: ¿A quién estamos abandonando en este país? Yo creo que a quien estamos abandonando es a la población andina. Hace dos años, cuando hubo casi 50 muertos entre las personas que protestaban contra el gobierno, (la conclusión es que) siempre estamos postergando las necesidades de esa parte de la población. Fidel, evidentemente, es una persona de origen andino y hace referencias al cóndor, él ve cóndores en el cielo, sus padres seguramente hablaron en quechua. Y yo tenía la sensación de que Fidel, en su edad ya avanzada, empieza a hablar en quechua, un idioma que él ha tenido que reprimir para poder estar a la altura del trabajo que le han encomendado, que es el de mayordomo en la casa de los aristócratas.

Pero, además, él quiere seguir siendo servidumbre.

– Él quiere servir, quiere seguir. Fidel ha constituido su identidad en función de su trabajo de mayordomo. Y si le quitan ese trabajo, ya no es él, ya no es nadie, ¿no? Pero se le sale el quechua a esta edad, como que empieza a tener momentos de senilidad que le ‘abren el caño’ del quechua. Y la presencia del cóndor –una presencia que, de repente, él mismo genera– tiene que ver con sus raíces, con sus creencias, con su verdad. Ese cóndor habla, tiene la voz de Alma. Y él dice: “En la esperanza, Alma, en la esperanza”.

¿Te animas a proponer una reflexión final respecto a ‘Niños caen de los árboles’?

– No me gustaría reducir la obra a una reflexión final porque, además, a mí me cuesta mucho dar mensajes. Pero, es lo que te acabo de decir: creo que tenemos que hacer algo para no dejar a Fidel abandonado. Tenemos que hacernos cargo de Fidel y de todos.

(FIN/Ensayo General)

*****

NIÑOS CAEN DE LOS ÁRBOLES

Dramaturgia y dirección:

Mariana de Althaus.

Elenco:

Mar Balarezo, Lucho Cáceres, Brian Cano, Augusto Casafranca, Kiara Quispe, Carolay Rodríguez, Kareen Spano, Sammy Zamalloa.

Temporada:

Hasta el domingo 29 de junio del 2025.

Jueves a sábado, 8:00 p. m.

Domingos: 7:00 p. m.

Auditorio ICPNA Miraflores.

Avenida Angamos Oeste 120, cruce con la avenida Arequipa.

Entradas: Joinnus y boletería (el día de la función).

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