“No hay democracia donde en primer lugar no hay una ciudadanía consolidada”

Entre 2001 y 2003, el filósofo y catedrático Salomón Lerner Febres presidió la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) que investigó el período de la violencia en el Perú (1980-2000), una página que no está cerrada del todo “porque las víctimas siguen demandando justicia, respeto y reconocimiento”.

Las relaciones entre la justicia, el perdón y la reconciliación –y el potencial de este proceso para avanzar hacia un nuevo pacto social– son el tema central de Rostros del Perdón (Fondo Editorial PUCP, 2021), libro de reciente aparición y del cual es editor junto al filósofo Miguel Giusti.

Especialista en filosofía y ética contemporáneas, rector emérito de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Salomón Lerner reflexiona, en la siguiente entrevista, en torno a fenómenos clave para el Perú: democracia, ciudadanía, política, violencia, perdón, manipulación y otras situaciones complejas cuya resolución deviene en crucial para una república al filo de su bicentenario. 

Dieciocho años después de la presentación del Informe Final de la CVR, la agenda de los derechos humanos en función de la violencia parece desplazada por urgencias como la corrupción y la inseguridad. ¿Hemos cerrado un capítulo sin escribir la página del perdón? 

– Desde cierto punto de vista, ciertamente, se ha pasado la página sin que los perpetradores pidan perdón ni muestren ninguna señal de arrepentimiento. De parte de Sendero Luminoso, uno ve la postura absolutamente contumaz del Movadef, que resta gravedad a los crímenes cometidos y sostiene la bandera de la amnistía. No hay ni un ápice de reflexión sobre sus responsabilidades. 

De parte del Estado, y sobre todo de las organizaciones políticas que gobernaron en aquellos años, se tiene lo mismo: ni Acción Popular ni el Partido Aprista Peruano ni las diversas encarnaciones del fujimorismo han pedido perdón ni mostrado arrepentimiento. Pero, de otro lado, la página no está pasada del todo, porque las víctimas siguen demandando justicia, respeto y reconocimiento, y una parte de la sociedad –si bien minoritaria– no renuncia a la memoria.

A juzgar por las cifras, la pandemia dejará, lamentablemente, tantas víctimas como el período de la violencia interna. ¿Cree que hará falta un proceso similar de búsqueda de verdad, perdón y reconciliación? 

– No, no lo creo, pues no se trata aquí de un conflicto o de que alguien intencionalmente esté produciendo esas muertes. Hay usos irresponsables de términos como genocidio, crímenes de lesa humanidad, por ejemplo, si es que el gobierno no permite el negocio privado con las vacunas. Pero eso es simplemente parte de la retórica política extremista, orientada a la creación de inestabilidad, de ciertos sectores políticos. 

Obviamente, si hay errores u omisiones o faltas o irregularidades del gobierno en esto, ello tendrá que ser investigado por los canales institucionales normales: comisiones del Congreso, acciones del Ministerio Público, y también, desde luego, por el periodismo.

En la introducción de ‘Rostros del Perdón’, el filósofo Miguel Giusti y usted afirman que “solo se perdona lo que es imperdonable”. ¿No es muy grande el peso que esta idea coloca sobre la víctima?

– Esa es una idea del filósofo Jacques Derrida que alude al carácter incondicionado del perdón. Este es un acto gratuito –es decir, no sujeto a una contraprestación—a un punto tal que el perdón propiamente dicho solo existe frente a aquello que no merece ser perdonado y, más aún, es dado a quien no pide perdón. Esta reflexión se da en referencia a lo que es considerado el mal absoluto del siglo XX, el genocidio perpetrado por la Alemania nazi contra la población judía y otras minorías en Europa. 

Al menos desde una reflexión filosófica, la experiencia colectiva del perdón empieza ahí: el perdón como problema comienza cuando nos enfrentamos a aquello que no puede ser perdonado. Dicho de una manera más simple: es relativamente comprensible que uno perdone aquello que no es demasiado grave; pero la fuerza del perdón como acto absoluto de la libertad humana se manifiesta cuando perdonamos aquello que no merece ser perdonado. 

Esto no quiere decir de ningún modo que nadie tenga la obligación de perdonar ni que deba ser juzgado moralmente por no perdonar. Las víctimas tienen esa potestad, la de perdonar o no, y ello de ninguna manera condiciona nuestra valoración de ellas. 

Usted cita a Todorov y su idea de control de la memoria como herramienta para preservar el poder. ¿Fenómenos como las fake news y la segmentación extrema de los contenidos que se ofrecen al internauta se inscriben en esa misma línea? 

– Siempre ha existido, como una estrategia del poder o de los promotores de la violencia, la manipulación del pasado mediante el control de la memoria. Algunas de las peores tragedias de las últimas décadas han tenido ese factor subyacente: el genocidio en Ruanda, las guerras de la antigua Yugoslavia, la violencia entre comunidades religiosas en India…, todo ello se origina en una manipulación del pasado para alimentar del odio de una comunidad contra otra. Es en ese sentido que Todorov, o también David Rieff, hablen de esos potenciales destructivos de la memoria. 

El tema de las fake news, desde luego, pertenece a esa misma familia de fenómenos en general, la de la desfiguración de los hechos con fines de control, aunque las fake news no se refieren siempre al pasado sino también al futuro: hacia atrás, se vinculan con las teorías conspirativas; hacia delante, con teorías apocalípticas. 

El lado más problemático de todo esto, por lo demás, quizá no sea quién y por qué busca manipular así a la gente, sino por qué tanta gente, incluso gente instruida, es susceptible a esas maniobras.

La reconstitución del acuerdo social y el respeto por la diversidad como bases de la reconciliación son valores distantes de la lógica del “peruano emprendedor que no quiere problemas y solo pide facilidades para hacerse solo”. ¿Cómo alinear ambas perspectivas? 

– Es evidente que la profunda inestabilidad económica y la violencia de las décadas de 1980 y 1990 desmoronaron toda idea de acuerdo social. El Perú salió de ese trance, pero al precio de adoptar el “sálvese quien pueda” como axioma, y de ahí se ha seguido una celebración del egoísmo y de la deslealtad a la sociedad como signos de fortaleza y capacidad. 

Obviamente, son encomiables los esfuerzos y la creatividad de los millares de peruanos que sacaron adelante a sus familias en medio del desastre. De ahí la ideología del “emprendimiento”. Pero ahora vemos que eso no necesariamente sirve para consolidar un orden democrático y cívico. 

La única forma en que se podría reconciliar la ideología del emprendimiento con la del orden cívico es mediante la política: es en la política donde debería mostrarse que, además de los esfuerzos de cada uno, hay bienes valiosos en común como el imperio de la ley, las relaciones de confianza, el respeto. Justamente, la pandemia de covid-19 lo ilustra: es un problema que no se puede enfrentar con individualismo, porque la seguridad o la salud o la actividad económica de cada uno depende de que los demás también estén seguros o saludables o activos económicamente. 

Lamentablemente, como es obvio, la política es más bien el terreno donde se reafirma la ideología del emprendimiento en lo que tiene de individualismo y negación del bien común.

Su ensayo en Rostros del Perdón reconoce que “muchas de las manifestaciones de injusticia y discriminación que abonaron el terreno para la prédica de violencia de las organizaciones terroristas están presentes en el Perú actual”. ¿Cómo avizora el desenlace de esas tensiones? 

– La historia no se repite. Al señalar lo que usted cita no estoy vaticinando de ningún modo una reedición de la violencia que desencadenó Sendero Luminoso. Sí se podría decir, en cambio, que esas manifestaciones de injusticia y discriminación siguen conspirando contra la consolidación de la democracia en el país. No hay democracia donde en primer lugar no hay una ciudadanía consolidada.

Desde la perspectiva del diálogo, la paz y la justicia, ¿cómo observa expresiones cada vez más frecuentes como el ‘terruqueo’, los comentarios furibundos en las redes sociales, el linchamiento digital y moralismo de lo políticamente correcto? 

– Todo ello forma parte de una constante degradación del espacio público, y también de las profundas limitaciones de los políticos, que parecen no tener otro recurso que calificar de “terrorista” a todo lo que sea demanda social, inclusive respeto de la Constitución. 

Lo referido a las redes sociales y los linchamientos digitales es, por otro lado, un fenómeno internacional asociado con esos nuevos medios: la posibilidad de opinar frente a un público siempre presente, pero sin dar la cara y sin desarrollar argumentos, invita a esa forma de comunicaciones. 

Lo de lo “políticamente correcto” hay que tomarlo con pinzas. Los sectores conservadores llaman “políticamente correcto” y denuncian como “moralismo” a la censura al racismo o al machismo o a la homofobia o a cualquier otra manifestación discriminatoria. Es como si reivindicaran su derecho a ofender y marginar. No hay que caer en esa trampa retórica. Dicho eso, por supuesto, hay que observar en qué momento se desfigura la defensa de lo que en efecto es correcto.

Con una pandemia que no da tregua, a un mes de las elecciones y a cuatro del Bicentenario, ¿cuáles son los perdones aún no solicitados ni otorgados en el Perú? 

– Hablaría, más bien, de grandes deudas por ser reconocidas y atendidas: en primer lugar, desde luego, las víctimas del conflicto armado, pero en una perspectiva histórica más amplia nuestro país necesita hacer un reconocimiento sobre marginaciones e injusticias de largo plazo con la población nativa amazónica, por ejemplo, o contra los campesinos que durante décadas fueron expoliados por los grandes terratenientes, o contra la población afrodescendiente que se incorporó a la nación en condiciones de esclavitud. 

El hecho de que esas poblaciones sean todavía objeto de marginación y racismo indica que nuestro país, al borde del Bicentenario, es todavía una sociedad infantil –es decir, con un desarrollo inacabado de su conciencia moral– en muchos aspectos.

(Entrevista en la Agencia Andina, publicada el 12 de marzo de 2021. https://bit.ly/3ekDoXL)

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