Cuando uno se encuentra con el actor Ricardo Bromley y lo mira de frente, no puede dejar de sentir esa ‘chispa’ de picardía que caracteriza a los adolescentes. En ese momento, tampoco puede reconocer en él al hombre recio y valiente que carga sobre sus hombros el relato de más de 500 años de historia del pueblo ayacuchano en la unipersonal ‘El rincón de los muertos’.
Pieza de teatro documental, ‘El rincón de los muertos’ combina actuación, memoria histórica, efectos audiovisuales y danza de tijeras. Pero, además, despierta sentimientos de solidaridad, admiración y empatía con el pueblo de Ayacucho, región que ha sufrido muchos acontecimientos violentos.
Con la dramaturgia de Sebastián Rubio y la dirección del mismo Rubio y de Yanira Dávila, la obra fue sorpresivamente ‘descalificada’ por el Ministerio de Cultura.
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Y aun cuando el Mincul no le dio la categoría de ‘espectáculo cultural’, paradójicamente la puesta en escena ha logrado sobreponerse con firmeza a este hecho y continúa en temporada hasta el 12 de octubre, en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica (CCPUCP).
“La verdad es una: hablamos de los ciclos de violencia que ha sufrido Ayacucho haciendo un recorrido histórico y documentado, incluso desde la época prehispánica con la sangrienta guerra por el trono inca entre los hermanos Huáscar y Atahualpa”, comenta el actor.
La obra cuenta acontecimientos reales que llegan a este siglo, atravesando incluso hechos vinculados con la historia familiar del actor, una sucesión de vicisitudes que describe a esta región como un verdadero ‘rincón de los muertos’. El relato llega hasta la masacre del 15 de diciembre de 2022, que en Ayacucho dejó 11 fallecidos y más de 60 heridos.
Bromley comenta que si bien la obra tuvo como punto de inicio su propia historia, vivencias y sentires, el aporte del equipo ha sido importante para documentar, contrastar y mostrar evidencias de cada uno de los hechos que se muestran sobre el escenario.
“Mi directora y mi director tienen este ‘ojo externo’ que ayuda a identificar muchas cosas que yo tenía normalizadas, pero que al ponerlas en escena veo que resuenan muchísimo en los espectadores, con sus sentires y sus pesares e incluso con su humanidad”, describe.
Han sabido seleccionar, resumir, adherir información. Sebastián ha sido fundamental para terminar con todo el armado escénico; Yanira ha sido clave, como periodista, para verificar cada uno de los datos, porque la obra es testimonial, porque yo hablo de mi vida, pero “se ha contrastado todo, convirtiéndola en un documental”.
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Carta de amor
Bromley es tajante al asegurar que se trata de una descripción: nada se interpreta, se ha recurrido a todas las fuentes con un trabajo «muy democrático que ha logrado levantar esta apuesta”.
Para mí, cada función es un rito de entrega, por todo lo que hago –dice el artista–; no es la primera vez que me enfrento a un escenario, pero ahora se da un conjunto de ritos donde cada puesta en escena es diferente.
Hay fechas bastante difíciles, personalmente, por temas familiares, en casa, por cosas que han ocurrido, añade. Mi abuelita, mamá Rosa, falleció hace menos de dos meses y he tenido que levantar esta obra “armando una escena sobre ella”. Son temas familiares, relacionados con personajes que aparecen en la obra.
“Esta es, hasta hoy, la obra más difícil que he podido montar en mi vida; me exige un nivel muy alto de fortaleza emocional y física. Entonces, me llena el corazón ver la respuesta del público, cuando va gente de Ayacucho al teatro, porque esta obra para mí es prácticamente una carta de amor a mi tierra y a mi familia”.
“Después del estreno, he comenzado a soltar un poco la carga y recibir el cariño de la gente. La recepción, el impacto que está teniendo, a mí me alegra mucho porque, de alguna forma, el poner mi tradición y mi tierra frente al escenario y que la gente la abrace, es un pago muy grande”.
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Danza de tijeras
Además, se logró introducir música en vivo, efectos audiovisuales y una performance de la danza de tijeras, baile de celebración y entrega que sincretiza el sentir andino y cristiano y que el actor practica desde hace siete años, bautizado con el nombre de ‘Apu Pisqota de Huamanga’.
“Es una danza a la que estoy entregado y que, incluso, me ha llevado a negociar conmigo mismo para lograr un equilibrio entre ella y mi carrera, porque a veces la actuación y los ensayos me quitan tiempo para entrenar, ir a prepararme. Pero trato de aferrarme a ella y no soltarla”, expresa, emocionado.
Ricardo Bromley explica que conoció la danza en Lima, que se formó aquí, en la capital, con maestros migrantes. “Este es un camino de búsqueda”, concluye, una búsqueda intensa e interesante que le ha enseñado mucho sobre él mismo, sobre su historia y su propio cuerpo.
(FIN/Ensayo General)

Temporada
‘El rincón de los muertos’ va hasta el 12 de octubre, de jueves a domingo. En el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú, avenida Camino Real 1075, San Isidro. Entradas en Joinnus.