Un viaje y otros microcuentos de Lupe Jara

Lupe Jara (La Libertad, 1969)
Magíster en psicóloga por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP); docente universitaria e investigadora. Es una de las ganadoras del concurso #cuentosencuarentena (este microcuento es parte del libro Relatos de Cuarentena) y finalista en el concurso de relatos eróticos Tócame con tus palabras. Es miembro del colectivo Tribu de letras, conformado por amigos que entrelazan el afecto y la pasión por escribir.

El viaje

Me acuerdo de los campamentos de verano. Salíamos a la carretera para coger el bus provincial con dirección al sur, cargados de promesas e inocencia. Buscábamos una playa solitaria para conquistarla y hacerla nuestra. En aquel tiempo se podía. No había muros apartándonos del mar ni celulares creando realidades paralelas. Tan solo las galletas con atún y arena, el licor barato, el único bloqueador que gorreábamos todos, las risas llenando la carpa, los numerosos cangrejos que entretejían senderos inesperados alrededor de nuestros pies descalzos, la danza del océano llevándonos y trayéndonos. Al final del día nuestra cita impostergable con un atardecer imponente al que esperábamos pacientes, unidos y extasiados. Enseguida la caprichosa fogata a la que había que engreír con las piedras del camino y soplidos susurrantes para encender su fuego, la guitarra animando los cantos de sirena y preparando el escenario, el sonido de las olas acurrucándonos, la luna llena reflejando nuestras sombras. Todos nuestros sentidos despiertos, hambrientos, regocijados. El deseo abriéndose paso, envolviéndonos, elevándonos e inundándolo todo. Todo, entonces lo teníamos todo. Lo podíamos todo. Luego, empezaríamos a desbarrancarnos por la vida.  

Luego, empezaríamos a desbarrancarnos por la vida. Foto: Lupe Jara.

Último paso

Día uno: empezamos juntos, caminamos diez cuadras, luego veinte y seguimos hasta perder la cuenta. Hacemos planes mientras bordeamos el malecón y las olas juegan con la noche. Día dos: mantenemos el ritmo y la extensión del recorrido. Sugiero ir más lejos. Avanzas conmigo. Día tres: nuestros pies marchan sin dudas por la ruta conocida, el olor a hierba y las risas nos saludan en los mismos recodos, reconocemos a otros paseantes que, como nosotros, afianzan su camino. Día cuatro: estás cansado, me pides acortar el trayecto; yo hubiese podido continuar, pero te sigo a casa. Día cinco: reuniones con amigos y diversas tareas alteran la rutina, propongo un cambio de horario para cumplir la meta, te niegas. A mí también me cuesta. Esta vez no salimos. Día seis: me peleo con la comodidad, me alisto, te busco y te encuentro dormido, te pregunto si me acompañarás, respondes escuetamente «no». Día siete: al comenzar la mañana comienzo a correr, sola, junto al mar. 

El extraño

Al despertar lo encuentro sentado en el comedor. Está leyendo y comiendo los cereales de mi hijo. El miedo me paraliza, no sé si huir o pedir ayuda. Él no se inmuta al notar mi presencia, solo me enseña el vaso vacío para indicarme que quiere más jugo. El extraño está concentrado en la lectura de La Metamorfosis. Todo a mi alrededor parece en su sitio, excepto la biblioteca. Me acerco y compruebo que ha vaciado el estante de los libros infantiles, los cuales yacen por el suelo moribundos.

—Hice una lista de los libros que quiero —me dice con voz grave— algunos de los tuyos también me interesan. 

El extraño me alcanza una hoja en la que ha anotado varios títulos de obras juveniles. Ahora que está de pie puedo notar que es muy alto, tiene trocitos de crisálida adheridas a su cuerpo y a su paso deja un rastro viscoso como si acabara de nacer. 

—Leeré otro libro. Gracias por el desayuno mamá.

Primeros auxilios

Faltan cinco minutos para terminar el dictado de las clases virtuales sobre primeros auxilios, cuando la puerta del primer piso se abre sigilosamente a mis espaldas. Me parece escuchar un llanto silenciado. Desde el altillo miro de reojo hacia abajo. Nada luce diferente, pero un frío helado me atraviesa el cuerpo. Siento que el tiempo se expande lentamente en la pantalla de la computadora hasta que todos mis alumnos se despiden. Con impaciencia me precipito por las escaleras. Busco instintivamente a mi pequeño. Lo encuentro en el cuarto. Me abraza y se desmorona. Sostengo su cuerpo inerte, aún tan hermoso, siempre tan frágil. La pérdida irreparable. Los gritos de dolor arañan la casa. Su ausencia lo engulle todo. La culpa. La culpa. La gran culpa. Ser incapaz de salvarlo. No más poder amarlo. No más.

(FIN/Ensayo General)

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Esta entrada tiene un comentario

  1. Pierina

    Me gustaron mucho tus Micro- cuentos Lupe , especialmente el extraño

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