Hay quiebres en la vida que llegan para transformarnos, reinventarnos e inspirarnos. Ese fue el proceso que vivió Zoila Forss, poeta peruana asentada en Finlandia, quien, tras la partida de su padre, empieza a escribir una poesía intensa y emotiva.
Con residencia en el país nórdico desde hace dos décadas, hoy construye puentes universales que unen las culturas finesa y andina.
Nacida en Lima, Zoila se alimentó de los relatos de su abuela que siempre le trasmitió la esencia del pueblo de San Juan de Collata, Huarochirí, en las alturas de Lima, lejos de la urbe caótica.
Estudió comunicación social en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Después, migró a Finlandia, donde trabaja como traductora literaria y docente. En Europa, durante cuatro años trabajó también como auxiliar de enfermería en Tuusula, al sur de Finlandia, actividad que la inspiró a escribir poemas dedicados a sus pacientes.
Este 2021, conversamos con la poeta, para alimentarnos de su pasión, sensualidad, universalidad y la mirada interna que imprime en cada uno de sus poemas.
Tu vena poética está inspirada en las historias contadas por tu abuela y tu tradición andina. ¿Cómo contrasta esto con tu entorno actual, en Finlandia?
El contraste entre estos dos hábitats, el peruano y el finés, sigue siendo un catalizador de creatividad. Es justamente lo que me permite dar forma a la poética que me eligió como su artesana. Elegí para vivir a Kerava, una ciudad cercana a Helsinki; en ella encontré el balance entre todos mis mundos. El bosque Pihkaniitty tiene mucho que ver, pues caminar en sus rutas me ayudó a ordenar y tejer mis múltiples raíces.
Mi origen es, como la mayoría de los peruanos, andino de alma y cuerpo; americano, a veces repujado por los conquistadores y algunas olas de inmigrantes europeos. Finlandia es hoy mi hogar, mi madurez, y me ha dado la oportunidad de trabajar por el multilingüismo.
Las historias con las que crecí en Lima eran transculturales y multilingües. Mi abuela me incentivó a recolectarlas e investigarlas, había relatos de Huarochirí y Canta, de San Juan de Collata. Hoy, mi madre persiste en hacer circular esa oralidad.
Mi abuela explicaba los nombres de los lugares de la zona andina de Lima. Ella no hablaba quechua, pero tenía un vocabulario a la mano para hacer entender a sus nietos el origen de expresiones, nombres de comidas o lugares. Yo notaba lenguas anestesiadas bajo ese español.
Mi padre murió joven, su accidentada salida despertó mis ganas de cruzar fronteras. Quizá solo deseaba no olvidarlo. La muerte solo se abrió ante la poesía y pude recuperar la voz de mi padre, mientras que la voz de mi madre, permanece constante.
Hoy trabajo en el ámbito literario, un campo que también incluye la edición de libros multilingües, el diseño gráfico y la traducción literaria.
¿Cómo mira una artista a su país desde el otro lado del mundo? ¿Cómo tu poesía evidencia ese vínculo con la tierra que te vio nacer?
Antes de la pandemia yo miraba a mi país con entusiasmo. Fui invitada a una serie de eventos literarios que incluían la Feria del Libro de Bogotá y un paso por Lima, entre mayo y junio de 2020. Todo se canceló. Esa barrera geográfica se hizo infranqueable.
Durante la pandemia, mi mirada hacia el Perú adquirió pesadumbre e impotencia, pues no volveré a ver a algunos de mis parientes. Pero siento que pronto volveré a ver a mi país con más esperanza que pesar.
¿El bicentenario de la independencia del Perú tiene para ti algún significado?
Muchísimo. Creo que esta es una ocasión para meditar, despertar y actuar. Algunas preguntas deberían dar vuelta en nuestras cabezas con vigor: ¿Qué significa una nación independiente? ¿podemos ser capaces de discernir si este título de “independiente” se aplica a la condición real de todos sus habitantes? ¿Cómo es que se nace en un país rico y que los derechos fundamentales, sociales y a la salud, solo sean para grupos determinados? ¿Por qué no aceptamos nuestra identidad como país agricultor? ¿De qué dependemos?
La pandemia ha sido muy dura y nos sigue dando de alma. Espero que estas Fiestas Patrias lleguen con la determinación de construir un sistema de salud universal efectivo y un sistema educativo moderno que tome en cuenta el multilingüismo y los recursos de las comunidades más pequeñas y alejadas.
Los quipus son parte de tu inspiración. ¿Cómo has podido canalizarla?
Los quipus son bellísimos y llenos de simbolismo. En mi caso, tengo la herencia de los quipus de San Juan de Collata, pueblo de mi madre, Mercedes Moreyra Orozco, los que siempre estuvieron presentes en los relatos de mi abuela. Alrededor de ellos había un gran respeto y una actitud protectora.
En Finlandia, un día vi un video de los quipus de Collata. Me preocupó esta exposición y temí incluso por su integridad ante posibles hurtos. En el 2014 regresé al Perú y fui recibida por los comuneros en una asamblea, junto a mi madre, como “hija collatina”.
En Finlandia había llevado un curso sobre conservación y llevé una vitrina especial para que puedan cuidarlos. Por ello tuve la oportunidad de tocarlos y, desde ese momento, sus colores, su textura y sus elementos se quedaron impregnados en mis dedos. Y en gran parte de lo que escribo. Para mí fue un grito de triunfo y liberación.
Luego, contacté a la comunidad con la doctora Sabine Hyland de la Universidad de Saint Andrews, de Escocia. Ella estudió y concluyó que los quipus collatinos son narrativos y que están relacionados a la rebelión de Felipe Velasco Tupa Inca Yupanqui en 1783, para expulsar de Lima a los conquistadores.
A mí solo me queda canalizar la impresión de los quipus mediante mis poemas, mis traducciones literarias y apostando por sociedades capaces de apreciar la riqueza de la literatura multilingüe. Es decir, revelar lo olvidado.
Fuiste enfermera y tu sensibilidad se alimentó del trato con pacientes a los que atendiste en Tuusula. Actualmente, ¿qué personajes te inspiran?
Trabajo varios personajes y situaciones. Los diversos elementos de Lima y su ande huarochirano-canteño han puesto la espina dorsal a un manuscrito que estoy escribiendo primero en finés. A este se han unido el mar, los lagos y los seres sin tierra o patria. Varios poemas ya han comenzado a dar forma a la versión en castellano. El surrealismo siempre está presente en mí, no se trata de una obra histórica. Pero es que las historias con las que he crecido son realmente fantásticas. Entre ellas, las de la ruta del hielo o nievería.
Si debo mencionar a algún personaje, sería la niña de Quilcamachay, el pueblo fantasma en la ruta del hielo. Es decir, mi abuela Teodora Orozco Alarcón. Ella se llamaba Leónidas, pero se rebeló y se cambió el nombre. Luego, para dejarlo claro, eligió como esposo a Teodoro, mi abuelo, quien también está latente en mis poemas narrativos.
¿Cómo decides incursionar en la poesía electrónica o poetrónica?
Incursiono en la videopoesía para estar en paz con mi inclinación por las artes visuales y auditivas; fui alumna de Armando Robles Godoy. No sé si él me perdonará.
El género de la poetrónica me ha ofrecido la posibilidad de hacer trabajo en equipo con artistas de gran talento. La interacción es algo muy gratificante.
Sin embargo, para escribir poesía necesito básicamente de solitud. Creo que a la paz no la voy a encontrar a la vuelta de la esquina, pero si en el camino el lenguaje cinematográfico y la poesía se acercan y tientan entre sí, el viaje vale la pena.
(FIN)
Obra:
Revontuli, Editorial Colmena, 2014, edición bilingüe
Arpón sin culpa, Rosetta Versos, 2018, una edición trilingüe.
Actualmente trabaja en Holograma, una antología bilingüe de poesía finlandesa.
(FIN/Ensayo General)