Frodo de la Komarca: un hobbit coloreando las calles de Lima

Escribe: César Chaman

1.

Contemplando las facciones sin vida de Ofelia con medio cuerpo sumergido en un arroyo de aguas cristalinas y rodeada de arbustos y flores, Franco Ludeña pensó que a él también le gustaría pintar como los prerrafaelistas. Había llegado al famoso cuadro del británico John Everett Millais por encargo de su profesora de arte en el colegio Francisco Bolognesi de Magdalena y ya nunca olvidaría esa escena generosa en color, precisión y realismo.

Avanzaba el año 2005 y Franco no era, todavía, ‘Frodo de la Komarca’ y tampoco había comenzado su aventura como gratifero de barrio. El arte titilaba en su camino como una posibilidad entre varias, aunque su llama apenas lograba competir con las urgencias de la vida diaria.

Terminó la secundaria y, en cambio, fue operario en una fábrica de alimentos y encargado en una cabina de internet donde gente sin ocupación se juntaba para combatir en Starcraft y matar el tiempo jugando en línea. Después, trabajó al destajo en una promotora de eventos –haciendo ‘caritas pintadas’– y en un estudio de abogados para realizar trámites varios. Y, como muchos, llegó a sentirse un votante más en un país que busca electores y no forma ciudadanos.

Viajaba de acá para allá en buses repletos e imaginaba que la ciudad le decía cosas al oído desde sus muros con letras y formas irregulares, desde esos carteles de colores intensos pegoteados al vuelo y arrancados a la mala para dejar sitio al siguiente anuncio. La rutina le planteaba un problema de aritmética: más tiempo dedicado el trabajo, menos tiempo para su vocación por el arte. Para llegar temprano a la oficina, salía de casa prácticamente de madrugada. Y regresaba de noche, a oscuras. Los fines de semana solo servían para reponer fuerzas y regresar el lunes a “la máquina trituradora”.

*****

Ofelia, pintura de John Everett Millais. (Imagen de uso libre).

Mural en el Ministerio de Cultura. Foto: Franco Ludeña.

2.

A finales de marzo de este año, el Ministerio de Cultura inauguró un mural de Franco Ludeña –firmando ya como Frodo de la Komarca– en el marco de las actividades por el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. Curiosamente, la nota de prensa que anunciaba esta inauguración presentaba a Ludeña como un “artista afroperuano”.

–No soy afrodescendiente –aclara Franco, para evitar confusiones innecesarias–. Pero si lo fuera, lo resaltaría con orgullo.

–Sin embargo, tus personajes sí son marcadamente afros.

–Sí, claro. Esa es mi línea de personajes, cada artista tiene la suya.

En sus murales y bocetos, Frodo de la Komarca pinta –sobre todo– mujeres afro. ¿Por qué esta preferencia? Primero lo piensa y luego verbaliza: Hay más libertad para el color y la imaginación.

Pincel en mano y spray para los rellenos, Franco puede convertir una cabellera frondosa y ensortijada en un ramo de flores que se extiende hacia el infinito, un arcoíris festivo capaz de invadir una pared completa. Además, las flores atraen a las mariposas y llaman a las aves, de modo que un paquete completo incluye picaflores y colibrís, felinos, puestas de sol, iluminaciones, degradés.

–¿Cuántos años tienes haciendo grafiti?

–Empecé a los 18 haciendo grafiti ilegal, metiendo unas ‘bombas’ al paso, en incursiones de noche o de madrugada. Estuve un par de años en eso. Después ya pasé al grafiti legal, que es cuando pides permiso al propietario de la casa en cuyo muro o fachada vas a realizar un proyecto.

–¿Has estudiado arte?

–No, he aprendido en la calle, de otros grafiteros.

–Pero tienes una técnica propia…

–Trabajo con técnica mixta: aerosol con pintura acrílica, utilizo pinceles, brochas, rodillos. Eso ya es, podríamos decir, street art.

–¿Cuántos años tienes ahora?

–Tengo 35, ya llevo regular tiempo en esto.

*****

Mural de Frodo de la Komarca con motivos amazónicos. Foto: Franco Ludeña.
Diseño para bolso de tela. Foto: Franco Ludeña.

3.

–¿En cuánto tiempo se hace una ‘bomba’?–, pregunta Frodo, haciendo una pausa con el tenedor, frente a un plato de ‘mostrito’ en un restaurante de barrio en Magdalena.

Las ‘bombas’ son una suerte de puerta de entrada a la antesala del street art: el grafitero coloca su nombre al vuelo, con spray, en una pared cualquiera, un ritual comparable con el de marcar territorio, tan común en algunas especies, incluidos los perros machos.

–Cinco minutos, máximo–, contesta su compañero Jordy Franco, el joven ‘Vicio’.

Para esta entrevista, han llegado juntos desde Jesús María, cuyo municipio les ha pedido un mural para una cancha de béisbol en el coliseo El Olivar. En su perfil en Instagram, Franco Ludeña tiene un teléfono para consultas y presupuestos.

Todo depende del tamaño del mural, pero también de las imágenes que quiere el cliente, explica. “No puedo darte un precio con solo mirar el tamaño de la pared. ¿Qué pasa si yo imagino una puesta de sol y tú una multitud?”, añade.

El diálogo se ralentiza al hablar de precios; Frodo es cauteloso. “¿Cuánto costó el mural de los Cotito?”, pregunto, recordando uno de sus trabajos en el Callao. “¿Y el de la indígena amazónica con el felino, en Barranco?”, insisto.

“Depende: 1,500 soles, 3,000 soles, 25,000 –se anima a explicar Ludeña–. Varía bastante en función de la cantidad de materiales y de la dificultad del dibujo; no es lo mismo hacer un mural con un círculo amarillo que uno con la pelea entre Optimus Prime y Bumblebee. En el segundo caso hay más detalle, más material, más amanecidas”.

–¿Cuánto tiempo les toma hacer un trabajo como el de Barranco?

–Una semana –calcula ‘Vicio’–, de madrugadas.

–¿Prefieren trabajar de madrugada?

–Sí, es más calmado –interviene Frodo–, se puede fumar más tranquilo…

*****

Grafiteros de Lima: Frodo es el primero de la derecha. Foto: Franco Ludeña.

4.

Interesado en hacer algo más que ‘bombas’, Franco Ludeña tomó contacto en 2009 con los miembros de la crew Orgasmo Visual. Entre los artistas de la calle, una crew –tripulación, en castellano– es una familia, un colectivo que comparte y aprende no solo estilos de trabajo, sino, principalmente, reflexiones, preocupaciones y formas de enfrentar la vida.

“Nos juntábamos en Surco, por La Calera; había gente de todos lados: Ate, Salamanca, Ventanilla Chorrillos, San Juan de Lurigancho. Yo iba de Magdalena –recuerda Frodo–, se podía pintar normal en las canchitas de la zona, pintábamos los sábados, los domingos, los días semana. Y después empezamos a movernos hacia otros distritos: a Ventanilla, Ate, Chorrillos”.

Pasó algún tiempo hasta que la idea final de comunidad cuajó para Frodo de la Komarca en la sierra de Lima, en San Andrés de Tupicocha, uno de los 32 distritos de la provincia de Huarochirí. Ese sería su viaje de descubrimiento.

“Más o menos por el 2015, me invitaron a participar de este viaje increíble donde aprendí sobre unión, respeto y compañerismo –relata Franco, en redes sociales–. Fue una semana de aprendizaje con grandes artistas del colectivo Parcha, cinco días de aprender de muchas personas, de ver desde otro punto de vista el arte al que estaba acostumbrado”.

En casitas de adobe con tejado a dos aguas, con los aromas de una cocina a leña guisando lo que había a la mano, Frodo aprendió de humildad y supo que el desayuno y el almuerzo no comienzan si todos los miembros de la familia no están sentados alrededor de la mesa. Si hay solo un pan, se reparte entre todos; y si alguien necesita ayuda, allí están los demás para dividir la carga con entusiasmo. Respiró el espíritu del arte y encontró equilibrio.

“Fue la primera vez que salía de mi área de confort y sirvió de mucho. Compartí con grandes personas que, hasta el día de hoy, más que colegas son grandes amigos”, asegura.

*****

5.

Una tarde, mirando uno de sus murales, Franco Ludeña descubrió que el delineado de los dibujos con pintura negra no le dejaba avanzar hacia el estilo realista que quería plasmar en sus trabajos. Y, entonces, recordando a Everett Millais y a la maestra de arte del colegio Francisco Bolognesi, decidió prescindir de los trazos cargados y se hizo, a su modo, también un prerrafaelista de arte puro.

Quizás sea casual, pero existe una relación triangular entre Millais, J.R.R. Tolkien y la Comunidad del Anillo de la que forma parte el auténtico Frodo Bolsón, de quien ha tomado el tag Franco Ludeña. Estudiosos afirman que Tolkien admiraba la colección de pinturas prerrafaelistas que se conserva en el Museo de Arte de Birmingham, principalmente por sus escenas mitológicas.

Condición o coincidencia, Ludeña firma hoy sus pinturas como Frodo de la Komarca y quiere llevar su rúbrica también a una serie de productos utilitarios con los que completaría su oferta personal: polos estampados, bolsos de tela, tazas decorativas, cuadros de menor formato. Todo con el estilo particular de su propuesta: mujeres afro de cabelleras floridas, colibrís, mariposas radiantes, felinos, raperos, artistas del hip hop, gente como cualquiera.

Bajito, pero no tanto, a Franco lo llaman Frodo desde el colegio. Le agregó a su nombre artístico el “de la Komarca” para estar a tono con los personajes de las sagas épicas que admira, donde todo héroe remarca su alcurnia con un “de” bien puesto.

Pero su bautizo definitivo se lo debe a su madre. “Mis amigos llegaban a tocar la puerta de mi casa para salir a jugar y decían: ‘Señora, ¿está Frodo?’. Y ella, por cierto, cambiaba el llamado: ‘Franco, te busca fulano’ –recuerda Ludeña–. Hasta que un día ella se cansó de acomodar la frase”.

–¡Frodo, te llaman!–, gritó su mamá. Y él bajó corriendo.

(FIN/Ensayo General)

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