En ‘Un festivo ardor’, el escritor Juan Carlos Cortázar (Lima, 1964) construye una serie de historias marcadas por el erotismo, el reconocimiento de la sexualidad y la rebelión frente a parámetros excluyentes y violentos.
Aun cuando no estamos ante un activista de la literatura LGTBIQ, la obra de Cortázar tiene una marcada presencia reivindicativa del sentir de esta comunidad, tal como se percibe en publicaciones anteriores: ‘Como si nos tuvieran miedo’ (2020) y ‘Cortarse las manos/Tantos angelitos’ (2021).
Sociólogo de profesión, el autor radica en Chile y ha recibido formación en escritura narrativa en la Casa de las Letras de Buenos Aires (Argentina) y en la Universidad Diego Portales (Chile).
‘Un festivo ardor’ ha sido publicado por el sello Animal de Invierno. Nos contactamos con Juan Carlos Cortázar y tuvimos este intercambio de preguntas y respuestas.
Desde de la carátula –un detalle del purgatorio de una iglesia cusqueña–, Un festivo ardor promete ser contestataria. ¿Esa fue la idea conceptual del libro?
-La intuición que gatilló la escritura de estos cuentos se centra en el vínculo que percibo entre nuestra cultura popular barroca andina –originada en la conquista española y mantenida viva mediante muchas transformaciones– y la experiencia del cuerpo y el deseo por fuera de la heteronorma, es decir, aquellas experiencias que remiten al erotismo homo y trans sexual. Entonces, aunque ser contestatario no fue realmente el propósito de los cuentos (esa sería una motivación muy débil para la escritura), el resultado tal vez lo sea, dado el rechazo que las sexualidades disidentes, por un lado, y la cultura barroca popular, por otro, generan en nuestro medio.
En dos de sus obras anteriores, Como si nos tuvieran miedo y Cuando los hijos duermen, se percibe cierta influencia de Néstor Osvaldo Perlongher. ¿Cómo se produce este acercamiento?
-Debido a que estudié escritura narrativa en la Argentina, pude acercarme a autores como Perlongher, Copi o Cabezón Cámara, y de una manera más amplia, Saer, Onetti y autores no rioplatenses pero cuya escritura admiro, como es el caso de Donoso, Bernhard, Roa Bastos, Carpentier, Lezama Lima y Sarduy. En todos ellos hay una escritura densa y abarrocada, que hace de la escritura misma el foco del esfuerzo literario, de modo que el lenguaje pesa por sí mismo y la historia y la trama son, más bien, un soporte para ejercer dicho lenguaje.
No es casualidad que varias de dichas escrituras hayan explorado el mundo de la disidencia sexual y de género, pues en la experiencia de ocultar lo que uno es, cobran gran relevancia los dobleces del lenguaje, lo que se oculta para revelar, el significante que se aparta de su significado “normal”, la metáfora y la connotación. Lo que intento hacer quiere nutrirse de esa tradición de escritura.
De ahí mi interés por las formas que merodean lo barroco. Con mayor precisión, en dos de los cuentos (“Pasión y muerte de Atahualpa” y “Pintadas prostitutas a caballo”) procedí bajo influencia muy directa de la escritura de Copi, de esa escritura que se convierte en deriva descontrolada, en un jolgorio sin fin que solapadamente cuestiona el orden y la moral vigentes.
Mario Bellatin marca un hito con Salón de belleza en torno a la literatura LGTBIQ. Antes, en dramaturgia, lo hizo Eielson. ¿Considera que su obra aporta a visibilizar a un sector que en pleno siglo XXI es atacado por prejuicios y discriminación, aun dentro del arte?
-Ese texto de Bellatin, que es una maravilla, me ayudó mucho a dar forma a los personajes de una novela anterior, Como si nos tuvieran miedo. Su obra, así como la de Eielson y otros muchos, contribuye a visibilizar el mundo de la disidencia sexual y de género, pero no creo que esa haya sido su principal motivación.
En el caso de lo que yo hago, diría lo mismo: lo que escribo tiene, al parecer, algún efecto en cuanto a visibilizar lo que usualmente se rechaza, oculta o ignora, pero esa no es la motivación que me mueve a escribir. Me atrae mucho la experiencia de las sexualidades e identidades de género que rompen con la heteronorma, explorar sus contornos y posibilidades, pero me interesa primordialmente como un lugar o terreno en el cual me es posible desplegar un lenguaje que revele y oculte, que tenga espesor, que se aparte de lo lineal y no sea solo un medio para contar bien una historia. Muchas otras experiencias de vida podrían servir para ello, pero por varias razones, este es el ámbito que a mí me facilita escribir.
En Un festivo ardor se menciona la euforia que entrelaza el deseo con el arte. ¿Qué papel juega el deseo en sus historias y cómo se manifiesta a través de la creación artística? ¿Es una respuesta a los convencionalismos sociales?
-El deseo es una de las grandes fuerzas que nos hacen sentir vivos. Y, sin embargo, le ponemos muchas trabas, lo cargamos de limitaciones y reglas y exigencias, y eso nos impide vivirlo plenamente. El arte es un medio para hacerse preguntas, para indagar y vislumbrar realidades tan fundamentales y a la vez medio inexplicables, como es el deseo entre los cuerpos, la tensión entre deseo y control (o represión).
Cuando escribo, trato de hacer algo de eso: inquirir, tirar dudas, sentir, seguirle la pista al deseo, ver hasta dónde nos lleva más allá de las reglas que buscan limitarlo; y lo hago en especial con el deseo homo y trans, tal vez porque han sido los más negados y perseguidos. La búsqueda de la belleza en el arte obedece también a una forma de deseo: acercarse a lo inconmensurable de la belleza, saber que no se va a llegar a abarcarla y cercarla, pero acercarse. Pasa lo mismo que con el deseo sexual, me parece. Y por eso, imagino, el entrelazamiento entre deseo y arte es algo muy central y antiguo en todas las culturas.
En el libro, cuya historia se desarrolla en Cusco y Arequipa, dos regiones que algunos supondrían muy tradicionales, se presentan personajes como un joven obsesionado con los ángeles y el anime, monjas, personas transgénero. ¿Se trata de dar visibilidad a los invisibles?
-En realidad, la opción por Cusco y Arequipa como lugar para los cuentos (me hubiera encantado añadir Ayacucho) tiene que ver más con mis inquietudes con el barroco andino. Lima hubiera sido también un espacio adecuado, pero siendo limeño me pareció interesante descentrarme hacia lugares a los que voy con frecuencia pero no pertenezco. En adición, la particular belleza que el barroco ha adquirido en el arte y la cultura de ambas ciudades es innegable y retador. Desde un arcángel arcabucero a una portada colonial, desde un San Sebastián o un Cristo nazareno a un bordado, el sur andino ha producido y produce un arte que a mi me convoca y conmueve.
En cuanto al estilo de narración, la construcción, orden y conexión, ¿busca rechazar o subvertir las formas tradicionales de narración?
-Como lector, me siento muy atraído por aquellas escrituras que hacen del lenguaje algo central, con densidad propia, es decir, escrituras en las que el lenguaje y el ritmo no son solo un medio (que puede ser hermoso) para contar una historia, sino el eje de lo que se quiere lograr. Con los cuentos de Un festivo ardor me he encontrado en la necesidad de hallar historias que me permitieran hacer lo que imaginaba con la escritura, el ritmo, las oralidades.
Antes, creo, buscaba primero la historia e iba luego al lenguaje. Ahora las cosas (ya desde Como si nos tuvieran miedo, me parece) se me han venido invirtiendo, y eso me gusta. No se trata de que la poética centrada en contar bien una historia, en las cuales el lenguaje por más hermoso que sea es básicamente un medio, sea una poética menor o superflua o “menos literaria”. Ambas son válidas y con ellas se hacen muy buenas cosas, pero a mi me provoca más explorar una de ellas, pues creo que la otra está ya muy sobreextendida y es dominante en la narrativa peruana. En el caso de estos cuentos, además, el interés por lo barroco me condujo también a darle más rienda suelta a las frases largas y sinuosas, a las subordinadas, a subvertir en algo la sintaxis, en mezclar oralidades diferentes.
Algo muy personal que mira el contexto global. Eielson, Perlongher escribieron lejos de su país de origen. Usted radica en Chile. ¿Por qué se da el autoexilio? ¿Es necesario tomar distancia de las raíces para encontrarse?
-El vivir fuera del país propio impone a la escritura una circunstancia singular, porque en casi todos los casos se escribe sintiendo y pensando en ese allá donde se vivió, en ese país y momento que a uno le marcaron las líneas fundamentales de la propia vida, pero se escribe desde afuera. Y el afuera implica una distancia que, de alguna manera, ayuda a ver y a sentir de un modo diferente, más extrañado, más preocupado por la fisura y lo que está debajo de las mil cosas que ocurren u ocurrieron.
El “afuera” también implica una transformación de la lengua propia, sobre todo si se vive en otro país cuya lengua es el español. Se imponen así palabras, voces, giros y construcciones que se entremezclan con la lengua de origen, de modo que se genera una lengua en alguna medida personal, distinta. Aprender a convivir con esa lengua al momento de escribir, con sus confusiones e imprecisiones, aprender no sólo a convivir con ella sino a sacarle provecho como espacio de búsqueda y hallazgo, es un reto muy interesante.
(FIN/Ensayo General)