La Lima de fines del siglo XIX vista por Joaquín Capelo

Escribe: Osmar Gonzales Alvarado

Hacia fines del siglo XIX e inicios del XX, la sociología había adquirido gran prestigio, era la nueva ciencia, la de la sociedad. Decir sociología era decir positivismo, y este era un cuerpo de ideas que prometía poder predecir el comportamiento social con base a leyes que funcionaban de manera similar a como lo hacían en el mundo natural. La sociología se institucionalizó no por Comte, el fundador del positivismo, sino por Durkheim, y a nuestras tierras americanas llegó especialmente por él y por Spencer, quien equiparaba a la sociedad con el cuerpo humano, como un organismo.

En el Perú tenemos casos de autores que incluían el término “sociología” en los títulos de sus obras, aun cuando no tuvieran formación en esa disciplina, pero como señalé, daba prestigio, era ponerse a tono con esa disciplina que prometía entender el funcionamiento de la llamada entonces “mecánica social”. Algunos casos son los de Carlos Lisson, quien en 1887 dio a conocer Breves apuntes sobre la sociología del Perú en 1886 y reemplazaría a Mariano H. Cornejo en la cátedra de sociología; Carlos Wiesse, quien en 1907 publicó su Extractos de sociología; Víctor Andrés Belaunde, en 1908, ponía bajo la luz su tesis titulada El Perú antiguo y los modernos sociólogos (introducción a un ensayo de sociología jurídica peruana), y hay más. Producto de esta importancia que iba adquiriendo la sociología, Cornejo –quien instauró la primera cátedra de sociología en 1896– publicó dos nutridos tomos bajo el título simple de Sociología general, entre los años 1908 y 1910, que eran una compilación de lo que se había escrito desde la mencionada disciplina en Europa, básicamente en Francia, sin mayores anotaciones críticas ni referencias a la realidad peruana. En este contexto intelectual-académico se entiende la obra de Joaquín Capelo, Sociología de Lima, primero en tres tomos entre 1895 y 1896, y después sumando uno cuarto, en 1902.

         Capelo fue una figura descollante en su tiempo. Un pensador social típico: ingeniero civil como formación profesional, fue presidente de la Asociación Pro-Indígena, perteneció al pierolista Partido Demócrata, además de ser parlamentario, profesor universitario, periodista y dueño de una inocultable sensibilidad social, como se trasluce, por ejemplo, en su novela Los menguados, de 1912, publicada en Madrid.

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Capelo fue presidente de la Asociación Pro-Indígena y perteneció al pierolista Partido Demócrata. Foto: Biblioteca Nacional del Perú (Hemeroteca).

         Augusto Ruiz Zevallos (en adelante ARZ) ha editado y escrito el estudio preliminar a la obra más emblemática de Capelo, la ya mencionada Sociología de Lima, reuniendo los cuatro tomos en un solo volumen dentro de la colección Clásicos Sanmarquinos, publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, 2021). Se trata de un rescate, merecido, de un autor que en su tiempo tuvo una marcada influencia en el pensamiento y la política peruanos de inicios del siglo XX: “Capelo fue un sociólogo importante, pero sin vigencia, y muy pronto de convirtió en una fuente de datos para los estudios históricos sobre la sociedad peruana de finales del siglo XIX” (ARZ:11-12).

Es muy difícil encontrar Sociología de Lima, incluso en las librerías de viejo. Además, de las características propias de la obra –que Ruiz Zevallos, se encarga de exaltar–, difunde en nuestro país dicha nueva disciplina y echa bases para posteriores estudios sociales, que, a mediados de los años 60 del siglo XX, sería una carrera universitaria formal, tanto en la propia Universidad de San Marcos con en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

         Capelo quiso abarcarlo todo, y el propio índice lo muestra sin ambages. En breve, el Libro I se titula La entidad orgánica de Lima; el Libro II La vida nutritiva de Lima; el tomo III La vida relacional de Lima, y el Libro IV La vida intelectiva de Lima. De alguna forma, Capelo hace un homenaje a la ciudad en la que había nacido, y se preocupa por sus males, a los que quiere remediar, por ello Ruiz Zevallos acierta en titular a su estudio preliminar “Una ciudad enferma y su pensador: Joaquín Capelo y los inicios de la sociología en el Perú”.

Como muchos intelectuales de su tiempo, Capelo comprende rápidamente la importancia social, económica, política e intelectual que había alcanzado la capital del Perú. La trata como un espacio físico y espiritual que debe ser entendido a plenitud dentro de un país que aspiraba a modernizarse, que estaba en tránsito a ello, pero que reflejaba también los límites de una sociedad fragmentada que mantenía en condiciones de abuso y marginación a importantes sectores sociales, especialmente a los andinos, por los que Capelo siempre mostro empatía. “Fue, en suma, un intelectual que estuvo atento a lo más elevado, hablando en términos astrofísicos y filosóficos, y a lo más concreto…” (ARZ: 13).

         Recordemos que la sociología surgió para dar sentido e impulsar a los estados nacionales europeos que eran dirigidos por sus respectivas burguesías ansiosas de liquidar al llamado Antiguo Régimen. En este sentido, la sociología, el positivismo, prácticamente sinónimos, se convirtió en la mirada disciplinar que necesitaba la burguesía como clase emergente para convertirse en clase dirigente. Capelo, fue un profesional, modernizante, que tenía muy claro la necesidad de constituir un Estado nacional en el Perú, lo que significaba desaparecer a esa oligarquía tradicional, especialmente los hacendados andinos, que impedía la constitución de una sociedad nacional; así como eliminar el trabajo abusivo y casi esclavizante que sufrían los pobres (hombres y mujeres) en general de distintas “razas”. Como recuerda y cita Ruiz Zevallos con relación a las razones de la falta de integración de la sociedad peruana: “…para Capelo era la falta de ‘unidad de aspiraciones, ideales y tendencias que prolonguen ese mismo presente y lo leguen al porvenir’” (ARZ: 25).

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Joaquín Capelo: “…toda verdad tiene su tiempo y su lugar para ganar dominio en la conciencia pública…». Foto: @LaLimaquesefue.

En otras palabras, Capelo era consciente de la urgencia de unificar el país, tanto material (carreteras, tecnología) como espiritualmente (la educación, los libros, la lectura). Gran parte de su participación en la Pro-Indígena, junto a Pedro Zulen y Dora Mayer, se explica por esta razón, aunque algunos años después Mayer le reprocharía el abandono de sus ideas primigenias –Capelo ya vivía en París–, reproche que sería bueno conocer y entender a profundidad. Más allá de este alejamiento entre ambos pensadores sociales, Capelo sabía que era necesario dar forma a una burguesía dirigente que liderara el desarrollo nacional.

         Lo anterior ayuda a entender también por qué la aparición de obras con pretensiones de ser globales. Sociología de Lima es una de ellas, aunque se centre en la capital solamente, pero estudiándola desde todos los ángulos posibles. Luego vendría El Perú contemporáneo de Francisco García Calderón (1907), La realidad nacional de Víctor Andrés Belaunde (1931) y 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui (1928), aunque este último con un propósito ideológico opuesto a los anteriores, ya no burgués sino proletario.          Capelo no fue un sociólogo estrictamente hablando, pero observó que los aspectos sociales son imprescindibles tanto para gobernar como para desarrollar un país. La fragmentación del país semi-feudal que era el Perú entonces ayuda a explicar el desinterés de estudiar la realidad nacional como un todo, lo que revela a su vez, la fragilidad de los brotes burgueses con interés de dirigir a la sociedad peruana. Quizás la aparición rutilante de la sociología en Europa inspiró esos propósitos en nuestros pensadores anteriores que, proviniendo de la burguesía, no pensaban como tales. Considero que desde esta lente se debe leer la obra de Capelo, cuya obra tiene grandes virtudes, como destaca Ruiz Zevallos, y que solo tomo algunas: “Asombra su voraz curiosidad, su especial talento para extraer lecciones de nuestro pasado y enlazarlas con la búsqueda de la verdad, la bondad y la belleza…” (36). Quienes pretenden dirigir el país podrían leer a Capelo, quizás los inspire y les despierte la curiosidad por las ideas y el pensamiento, precisamente para regenerar la política y retomar la agenda de la nacionalidad, postergada ahora por los bajos intereses que campean en la escena pública. Como dice el propio Joaquín Capelo: “…toda verdad tiene su tiempo y su lugar para ganar dominio en la conciencia pública, y solo entonces pasa a ser parte integrante de la opinión. Ilustración y sentimientos son, pues, sus dos factores generadores” (Capelo: 267).

(FIN/Ensayo General)

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