El artista plástico Lennin Vásquez prepara su nueva muestra individual para el próximo año: ‘Paisajes metafísicos’, una colección de 25 pinturas que exploran la relevancia de los objetos cotidianos en la vida de las personas en el contexto de la pandemia. Hoy –asegura– una taza de manzanilla puede ser tan valiosa como un tesoro si lo que necesitas es manejar la ansiedad y los miedos.
EN DOS AÑOS DE PANDEMIA, el artista plástico Lennin Vásquez (Junín, 1978) ha encontrado la correa de transmisión entre el surrealismo temprano de Giorgio de Chirico y la poesía de José Watanabe. Halló la clave en ‘La piedra alada’, un poema de la agonía que tiene como protagonista a un ave –o lo que queda de ella–, asiduo elemento en sus pinturas de exploración del subconsciente.
En medio del confinamiento por decreto y los avatares de una migraña tenaz, Vásquez refuerza su propuesta pictórica con la sensibilidad a la que apela el poeta trujillano para construir imágenes y personajes con lo mínimo indispensable. Y lo hace sin apartarse de la atmósfera onírica que ya identifican sus cuadros.
“La idea es mostrar los paisajes construidos a partir de los elementos cotidianos en este encierro con uno mismo y expresar la forma en que los objetos que te rodean se resignifican y cobran una mayor importancia”, explica.
En la siguiente entrevista, Vásquez evalúa su proceso en la pandemia y acepta que el saldo puede ser favorable. Vendió más que antes de la covid-19, se animó a hacer acuarela y escultura, aprendió a jugar ajedrez y está vivo. Compró libros, repasó sus lecturas de poesía y redujo el consumo de televisión. Eso sí, lamenta que el interés por la solidaridad y la vida en equilibrio con el entorno –temas de los que se debatió con intensidad al inicio de las cuarentenas– haya quedado en segundo plano.
Lennin, ¿cómo te ha ido en la pandemia?
– En realidad, mi vida no ha variado mucho. Estoy habituado al taller: el trabajo del artista plástico, en general, es un poco solitario y uno se acostumbra a ver a pocas personas. En ese sentido, no ha sido tan complejo. Es más, aun cuando ahora hay menos restricciones para movilizarse, llevo casi un mes sin salir de casa. A veces extraño ir a las galerías, conversar con los amigos, pero digamos que eso es algo que no se siente indispensable: uno se acostumbra tanto al taller que, a veces, obvia lo otro.
¿Y la temática? ¿Hay, debido a la pandemia, algún cambio importante en las cosas que estás pintando?
– Un aspecto que siempre me ha interesado es mostrar que no somos los dueños del planeta, sino parte de un ecosistema. Pero el ser humano vive tan metido en sus problemas, en sus quehaceres, que llega a pensar que eso es ‘todo’ el mundo. Sin embargo, el universo va a seguir funcionando: con nosotros o sin nosotros.
En el inicio de la pandemia hubo –a nivel artístico, económico, cultural– debates interesantes sobre cómo cambiar la política, la economía, el arte. Comenzaron a mostrarse propuestas interesantes de cómo debería variar el mundo para lograr una mejor existencia, más equilibrada entre el hombre y su entorno. Pero a medida que se empezó a creer que la pandemia no sería todo lo terrible que se temía, ese impulso original se diluyó.
¿Sientes que hay una relación entre eso que describes y lo que haces a nivel artístico? Tus temas, tus personajes y escenarios, ¿qué ha cambiado en comparación con lo que hacías antes de la pandemia?
– De algún modo, sí hay un cambio. Ahora lo que estoy mostrando es la fragilidad del ser humano y estoy haciendo una propuesta con el título de ‘Paisajes metafísicos’, una muestra que preparo para el 2022. La idea es mostrar los paisajes construidos a partir de los elementos cotidianos en este encierro con uno mismo y expresar la forma en que los objetos que te rodean se resignifican y cobran una mayor importancia.
Tengo un cuadro titulado ‘La soledad de la manzanilla’: tener a la mano una taza de manzanilla resulta hoy como tener un tesoro para manejar la ansiedad y los miedos. En un inicio, a todos nos invadió el miedo. Se veían cosas sorprendentes en redes –muchas veces no reales, pero impactantes– y no se sabía qué hacer. En mi caso, he salido a la calle después de un año. Vivo con mis padres, que son adultos mayores, y en el primer año de pandemia no salí a hacer vida social. He ido al mercado, claro, como todo el mundo, pero más allá de eso no había nada. En el fondo, el temor no era a enfermarme, sino a dañar a otros.
El concepto ‘paisaje metafísico’ me habla de un doble nivel: un pie en la realidad como la conocemos y el otro en una dimensión imaginaria…
– Tomé esa referencia de Giorgio de Chirico, un pintor italiano de origen griego que hacía paisajes muy desolados, donde –en realidad– los objetos son los protagonistas: en su obra, existen personajes, pero son marionetas, no son propiamente seres vivos o personajes con vida propia. Me gustó mucho esa idea porque en esta suerte de enclaustramiento, la coexistencia con los objetos se vuelve crucial. Serán 25 obras, las cuales están en proceso. Lo anterior son cuadros que fui creando en pandemia sin un objetivo claro: no pintaba para venderlos o para exponer.
¿Te pasaba antes eso de ‘trabajar sin un objetivo’?
– Me refiero a un objetivo real, porque es curioso seguir pintando mientras el mundo se caía…
¿Te parecía frívolo?
– Por momentos, sí. Pero me decía: “Si no hago esto, ¿a qué me dedico?”. Yo no sé hacer otra cosa. La pintura me nutre. Si no pintara, creo que ya estaría loco.
Quienes no nos dedicamos al arte tenemos una vida estructurada en función del trabajo, de los horarios…
– Bueno, igual uno pinta de 8 a 10 horas por día. Pinté el perfil de un hombre atrapado en una caja y le puse por título ‘Renacer’: la idea de cómo uno, al verse solo frente al espejo, se reconstruye. La pandemia nos ha permitido mirarnos nuevamente en el espejo.
¿Cómo se ha movido el mercado del arte?
– Al inicio de la pandemia fue complejo, pero a medida que las cosas comenzaron a distenderse, se abrió bastante el mercado. Hay muchas personas que se han agarrado del arte, ha sido una especie de zona de confort que ha permitido sobrellevar la pandemia.
¿Has vendido más?
– Yo he vendido un poco más. No sé cómo estará el mercado a nivel de galerías, pero algunos amigos artistas dicen que han vendido más. Como la gente pasa más tiempo en casa, empieza a querer mejorar su espacio.
Además, el arte te permite conectar con emociones que no sabías cómo expresar. A veces, observas un cuadro y recién dices: ¡Ah, eso es lo que me está pasando! El arte te da la posibilidad de renombrar las cosas, de entender lo que te está sucediendo.
El Ministerio de Cultura afirma que los trabajadores del arte son los más golpeados por la pandemia…
– En realidad, sí. Estamos muy golpeados. Hay ingresos, sí, pero también hay egresos importantes. El costo de los materiales ha subido. Y no hay un sistema claro: hoy estoy vendiendo, pero puede que en un año más no ocurra nada.
En estos meses de pandemia, muchos artistas han hecho exposiciones virtuales y mal no les ha ido. ¿Las galerías siguen siendo importantes?
– Participé en dos muestras virtuales con el grupo La Hora Tinta, al cual pertenezco, dos exposiciones que gestioné, armando el video y todo. Y, sí, nos fue bien en cuanto a la publicidad. Internet permite llegar a muchas personas. Sin embargo, a nivel comercial, la galería, al contar con una cartera de clientes, te ayuda a llegar al público objetivo.
En redes llegas a muchas personas a las que les gusta el arte, pero no compran arte. Allí hay una pequeña gran diferencia. Es bonito tener 500 likes cuando muestras un cuadro en las redes sociales, pero eso no monetiza.
Las dos cosas cuentan.
– Claro, exacto, no se puede vivir del aire. En este tiempo, así como he vendido cuadros, también he comprado muchos libros, en físico. He estado comprando poesía, que es la rama de la literatura que más me gusta porque tiene muchas imágenes, mucha metáfora.
¿Algún poeta que te guste más que el resto?
– Watanabe. Me fascina ‘La piedra alada’.
¿Dialoga tu pintura con los versos de José Watanabe?
– No tanto, quizás a nivel filosófico. Watanabe es un poeta que busca la esencia de las cosas y, entonces, por ahí veo una conexión con lo que yo hago. Watanabe tiene la capacidad de decir mucho con poco, dibuja una atmósfera precisa, exacta. Yo todavía no llego a ese nivel, a esa suavidad para plantear las cosas y consumar el puntillazo final. Pero me nutro de sus versos, para llegar en algún momento a decir: “Ah, esto es lo que yo quería expresar”. Me interesa el manejo de pocos elementos para decir mucho. Mi pintura, en ese aspecto, ha ido disminuyendo en elementos, cada vez pongo menos.
Tu comentario me recuerda una frase del mimo Marcel Marceau: “No soy locuaz, pero sí elocuente”.
-Sí, completamente de acuerdo. En mi pintura, los personajes alados representan el mayor ideal del ser humano: el acto de volar. Intento representar eso, más ahora que el ave es una suerte de representación de la libertad.
Nos hemos sentido encerrados principalmente en la primera etapa, entre marzo y julio del 2020. Hablas de valores, pero en estos meses hemos visto cosas terribles.
– En ‘La ópera de los tres centavos’, un personaje de Brecht aconsejaba a los mendigos que se disfrazaran cada vez más miserablemente para lograr mejores propinas. Él les decía que podían impresionar a la gente una vez, dos veces, máximo tres, y lograrían buenas propinas. Pero, al cabo de un tiempo, la gente se acostumbrará a verlos en ese estado y ya no dejará limosna. En consecuencia, el consejo del personaje era directo: tienes que ser cada vez más escabroso.
Ahora uno mira los medios y siente que estamos peor. Al inicio hubo solidaridad, había al menos intención de ser empático. Pero ya pasó el remezón, nos acostumbramos al dolor y ya. Como los mendigos de Brecht, la televisión necesita mostrar peores cosas. Y eso nos hace vivir con un sentido de pragmatismo extremo: aceptamos lo que nos toque.
En esta discusión entre los provacunas y los antivacunas, ¿en qué lado te ubicas?
– Estadísticamente, la vacuna funciona, es una posibilidad de salvarnos, contribuye a que la crisis no se agrave. Sin embargo, hay cuestiones médicas que desconozco; aunque me pusiera a estudiar ahorita, hay cosas que no voy a comprender. A la par, hoy se oculta tanta información, tantas cosas no salen a la luz, que estoy seguro de que, a ciencia cierta, uno nunca llegará a saber la verdad de esta pandemia.
En cualquier caso, me parece interesante que se vuelva a discutir sobre la libertad del ser humano, sobre la verdad…
– Sí, pero cuando hoy se habla de libertad en el contexto de la vacuna y la pandemia, se piensa en lo individual y no en el beneficio colectivo. Esa es una diferencia importante: estamos tan acostumbrados al individualismo que, en el tema de la libertad, se cae en posiciones más cercanas al libertinaje.
Es muy difícil encontrar el punto de equilibrio entre las necesidades de la sociedad y las libertades individuales. ¿Hay necesidad de encontrarse con otros? Sí, pero algunas personas hacen cosas descabelladas como las fiestas covid.
¿Has perdido a gente cercana en la pandemia?
– Fallecieron tres de mis tíos. Y tuvimos lamentables pérdidas entre los amigos.
La pandemia nos obliga a colocar la mirada sobre la salud mental y la necesidad de más arte y deporte. ¿Cómo observas esa vorágine?
– Me parece interesante porque por mucho tiempo se descuidó el principio de que el hombre es un ser integral. Así como el cerebro necesita información, a las emociones necesitamos ponerles nombre. Por ejemplo, mucha gente no sabe bien lo que siente. Dicen: “Me siento raro”. Y uno les pregunta: “Pero, ¿qué es? Dímelo en una palabra”. Y no saben responder porque nunca han aprendido qué son esas emociones.
En Bellas Artes, una vez me pidieron que explicara la diferencia entre un artista y un loco: mientras el loco vive su fantasía, el artista, a través de su propuesta, encuentra en esa fantasía un cable a tierra.
A través del arte, una persona puede identificar sus cóleras, sus iras, sus envidias y las mezclas de todo ello. Es importante aprender a comunicar las emociones. Sin embargo, no hay una educación concreta respecto a las emociones. En ese sentido, el arte cumple una función valiosa. Incluso en las canciones, las letras con las que uno se identifica permiten sacar cosas de adentro.
¿En qué otros proyectos estás trabajando?
– También estoy haciendo acuarela. En óleo ya tengo tiempo, me siento seguro. Ahora estoy haciendo esculturas en papel maché, es algo que no sé bien cómo avanzará, pero estoy explorando. También estoy haciendo libros objeto.
Sufro de migraña y el estrés de la pandemia hizo que los síntomas se presentaran con mayor fuerza. Había temporadas en que podía pasar tres días seguidos en cama con el dolor de cabeza. Estaba aburrido de estar en la cama. Primero agarré el dibujo, ya luego hice otras cosas: dibujos en pequeños cartoncitos, escribía algo…
El cuadro que tienes en la pared, ¿es de ‘Paisajes metafísicos’?
– Sí, recién lo estoy pintando. Será ‘El desayuno’: es un plato con un huevo sancochado y una taza de manzanilla. La cuchara es una garra. El personaje que tiene los ojos vendados representa esa necesidad humana de continuar con fe, de empujar para adelante y nada más. Pero fe no en un sentido religioso, sino en tanto la esperanza de seguir dándole por lo menos para ver qué pasa.
A mí, en esta circunstancia lo que me ayudó mucho fue la literatura, el leer, a Watanabe, a Varela y otros. Eso ha sido vital. También me pareció interesante el trabajo del actor Miguel Isa: él hacía un programa en redes sociales con transmisiones en vivo, entrevistaba a otros actores, artistas. Hablaban de todo, era una compañía interesante.
Lennin, te vemos más juvenil…
– He bajado bastante de peso. A raíz de la migraña, estoy haciendo una dieta estricta y me va mejor. Además, estoy jugando ajedrez: el ajedrez ha sido una gran compañía, estoy jugando con gente de distintas partes del mundo gracias a internet. No es que sea una gran promesa, pero vamos avanzando.
(FIN/Ensayo General)