Un libro necesario: ‘Intelectuales, política y la generación romántica’.

Escribe: Osmar Gonzales Alvarado (*)

Creo no equivocarme al afirmar que Carlos Alberto Pérez Garay es el autor del más importante libro que en el Perú se ha escrito sobre la relación de los intelectuales con la política desde una perspectiva histórica. En efecto, Intelectuales y poder político. La generación romántica en el Perú (1848-1872), publicado por la Universidad Ricardo Palma en 2022, es el producto de una exhaustiva investigación que el autor realizó para obtener el grado de maestría en Historia portando aspectos novedosos y reflexiones originales.

Desde el análisis de una generación, la romántica, Pérez Garay se interna en la indagación de uno de los temas más apasionantes de las investigaciones sociales e históricas, pero que en el Perú no ha recibido mucha atención, cual es el de las funciones sociales de los sujetos de ideas, y en este caso particular su relación con el poder político.

El objetivo del libro es, como sostiene su autor, describir y analizar “el accionar político en el Perú y el extranjero de los miembros de la generación romántica, una de las progenies más prolíficas que tuvo el país durante el siglo XIX” (p. 21). Si de los aportes debo hablar, destaco, desde mi mirador de sociólogo, la relación que Pérez Garay llega a retratar entre los sujetos de ideas y el contexto social, político y cultural del Perú en los mediados del siglo XIX.

Otro de los elementos dignos de resaltar es el recorrido que el autor realiza por la amplia literatura teórica sobre el tema de los intelectuales: Bourdieu, Benda, Coser, Rama. Bibliografía extensa que le resulta útil tanto al estudioso de los intelectuales, como al que busca sumergirse en la propia historia peruana. Así, Pérez Garay puede abordar con soltura otros elementos y espacios fundamentales en la producción de ideas, como son los editores, las librerías, las imprentas, los diarios y publicaciones en general, que en conjunto dan forma a lo que hoy se llama “ecosistema de la cultura escrita”.

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Portada del libro. Foto: Osmar Gonzales Alvarado.

Confieso que, si bien extrañé referencias a los estudios de Darnton y Chartier al respecto, también puedo sostener que tales ausencias no mellan el logro del libro. En este punto, debo subrayar la variedad de tipos de lecturas y de fuentes utilizados, pues si bien el autor acude a textos especializados imprescindibles, también revisa publicaciones periódicas de la época en cuestión, que el mismo autor enumera y de las cuales solo rescato algunos títulos: La Revista de Lima, El Mensagero, El Americano, El Comercio, El Correo del Perú, El Nacional, entre otros. También son destacables los estudiosos que consulta para presentar el fresco de la historia peruana de un modo bastante integral: Basadre, Vargas Ugarte, Macera, Aguirre.

La generación romántica es importante por la profusión de escritores, periodistas y pensadores que aportó a la vida cultural del Perú; en ella destaca el tradicionista Ricardo Palma (líder de la Bohemia limeña”, que tan bien ha estudiado Holguín Callo), líder (“¿caudillo cultural?”) natural, acompañado por autores como Francisco García Calderón Landa, José Arnaldo Márquez, Luis Benjamín Cisneros, Manuel Nicolás Corpancho, Manuel Pardo y Lavalle, Carlos Augusto Salaverry, Fernando Casós, Toribio Pacheco, y varios más.

Se trata de autores que surgen principalmente en la vida pública limeña a mediados del siglo XIX, cuando empieza la explotación de la riqueza guanera, que explica, contradictoriamente, los altos niveles de corrupción y los primeros tanteos de modernización institucional-estatal y cultural, que se verían interrumpidos con el estallido de la Guerra del Pacífico. Son años de gobiernos como el del cuestionado José Rufino Echenique, el mismo que fue derrocado por Ramón Castilla, quien a su vez impulsa un proceso importante de institucionalización estatal y al que sigue la sucesión de Miguel de San Román, Juan Antonio Pezet, Mariano Ignacio Prado, José Balta, que fue asesinado por los hermanos coroneles Gutiérrez, hasta llegar al inicio del gobierno del primer presidente civil, Manuel Pardo, en 1872.

Estos periodos de gestión gubernativa abarcan un cuarto de siglo, y en ellos se concentra el autor para su estudio. Lo interesante es que, cuando va describiendo a los autores los va ubicando simultáneamente en sus coyunturas. Inevitablemente, esta estrategia conduce al mismo lector a hacer la comparación de los autores con los políticos o, en todo caso, a animarse por comprender mejor la relación que establecieron los sujetos de ideas con los del poder político.

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La rebelión de los hermanos Gutiérrez. Foto: Osmar Gonzales.

El periodo elegido, además, es el tiempo de elaboración de un proyecto nacional o de repensar el Perú, similar a como ocurrió hacia fines del siglo XVIII, cuando los Amantes del País sacaron a la luz pública su revista Mercurio Peruano. En el caso de los románticos, La Revista de Lima respondió a los anhelos de desarrollo de una burguesía modernizadora muy débil, aunque con intelectuales entusiastas. Las preocupaciones sobre el dinamismo económico en los departamentos, la integración ferroviaria, el cómo incorporar al indio a la modernización, la importancia de formar una élite conductora política e intelectualmente son, entre otros, los temas que dieron sentido a sus páginas.

Cuando sostengo que la vinculación que Pérez Garay hace evidente entre intelectuales, poder político e historia es muy importante al mismo tiempo que ilustrativa, es porque también toma en consideración las biografías de los intelectuales que aborda. Es decir, no solo nos ofrece referencias de los personajes como autores y a las ideas que produjeron (historia del pensamiento), sino también rescata a los intelectuales como personas, como recomiendan tanto Foucault como Bourdieu, por ejemplo. Ello implica conocer sus procedencias familiares y sociales, su formación intelectual, sus círculos sociales, sus veladas literarias, sus trabajos desempeñados, sus experiencias adquiridas en tanto sujetos cosmopolitas, y seguramente otros espacios, a los que Jean Paul Sartre denomina “mediaciones”.

Complementariamente, el autor nos recuerda que ninguna generación es homogénea y sin fisuras, pues en el interior de la romántica también se presentaron, si no rupturas, sí tensiones, sea por el tema etáreo, por predilecciones estéticas o, principalmente, por preferencias políticas que, sería más preciso decir, son identificaciones con uno u otro caudillo. El tema es que estas pueden derivar en un compromiso activo de los intelectuales o en una oposición real; que pueden actuar como censores o validos, tomando la división establecida por Basadre. Estas preferencias o identificaciones no siempre encontraban razones para ser sostenidas en el tiempo: si la volatilidad ocurre en el mismo campo político, ¿por qué no hacerse presente también en el terreno intelectual?: “Aunque muchos de los intelectuales románticos lograron mantener una relación de compromiso y lealtad con los caudillos militares, se dieron algunos casos en donde se quebrantó aquel pacto entre el sable y la pluma. Las razones, fueron diversas: el cambio de postura política del líder, caudillo o gobernante; la debilidad del que detentaba el poder; la relegación del papel del intelectual en la construcción del Estado-Nación; la falta de incentivos a la labor intelectual, entre otros” (p. 400).

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La revolución liberal de 1854. Foto: Osmar Gonzales

Luego de señalar las múltiples maneras que tienen los intelectuales de relacionarse con el poder político, como asesores u opositores, el autor nos recuerda su influencia en la política y en la vida cultural, vista en un sentido amplio. Este libro también se puede entender como una llamada de atención sobre la importancia del tema de los intelectuales: como puerta de acceso a problemas más generales, sean históricos, sociales, culturales o políticos. Recordemos que Pérez Garay ya había publicado un avance sobre este aspecto bajo el título de El liberalismo criollo. Ricardo Palma, ideología y política. 1848-1919 (2015), en el que describe con detalle las relaciones de Palma con la política.

En este texto que ahora estoy comentando, el autor ahonda en otros personajes como Luciano y Luis Benjamín Cisneros y sus ligazones con Balta; Casós con los hermanos Gutiérrez; Pedro Paz Soldán con Prado (recordemos también el “gabinete de los talentos”), entre otros más. No está demás señalar que varios de los románticos se incorporarían después al civilismo (García Calderón), y luego al pierolismo (Palma). En términos generales, estos sujetos de pensamiento cumplieron el papel de ideólogos, es decir, de justificadores de proyectos políticos, una función que inició con los liberales del siglo XVIII, desde poco antes del proceso de la independencia.

Pero también existía en los románticos un acendrado sentimiento patriótico, más aun en tiempos de conflictos bélicos internacionales –con Bolivia (1853), con España en el Combate de 2 de Mayo (1866) y con Chile en la Guerra del Pacífico (1879)–. Como afirma Pérez Garay: “Los integrantes de la generación romántica expresaron, en diversos momentos de su vida, unos elevados sentimientos patrióticos” (p. 401). Como era usual en su tiempo, buscaban ser quienes encarnaran a la nación como los grandes escritores.

En resumen, este es un libro altamente recomendable, tanto para conocer más del sujeto intelectual como de nuestra historia misma, sobre todo ahora, cuando la política está peleada del pensamiento y está en riesgo el futuro.

(*) Las opiniones expuestas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Ensayo General.

Osmar Gonzales Alvarado es doctor en Ciencia Social por El Colegio de México. Ha sido director técnico de la Biblioteca Nacional, agregado cultural en Argentina, director de la Casa Museo José Carlos Mariátegui. Además es profesor universitario y autor de poco más de treinta libros sobre intelectuales y pensamiento político.

(FIN/ Ensayo General)

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