Antes de la pandemia, con el seudónimo de Carlos Antonio III, el narrador Bryan Barona ganó el Campeonato de Improvisación Literaria Lucha Libro 2019-Lima. En 2021, presentó ‘Todas las estrellas del cielo están muertas’, su primer libro. “La mayoría de los textos de este libro, en su compacta y exuberante brevedad, expresan la forma de habitar el mundo de una consciencia definida por lo que su lenguaje puede decir”, escribió Daniel Soria en la contratapa.
Hoy, Barona está embarcado en un nuevo proyecto: ‘Breves ensayos de la noche sin ser noche’. “Serán relatos cortos, quizá con un enfoque un tanto más descentrado de lo autoficcional”, afirma. Este año, uno de sus relatos aparecerá en Nueva York en una antología de autores latinos.
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El fotógrafo
Bryan Barona
El fotógrafo se dispuso a efectuar su trabajo: cogió la cámara en ristre e identificó el objetivo de su captura. Iba a disparar luego de dos, cuatro segundos a lo más.
El agente de su mira —o mirilla— se mueve de un lado al otro como en un zarandeo imprevisto que presiente o ya se halla tocado por la sombra del acoso, la acechanza, el destino irrebatible e ineludible de su momento. Y ha llegado.
Irremediablemente, él hacía uso (dentro de su cabeza, rumiando y rumiando en lo que no desprendía la fijeza de su pupila a punto de ejecutar el «clic» o el «clac») de un lenguaje animal.
Un lenguaje, por lo demás, que, en sus volteretas ensimismadas y el salvajismo con que se le proponían, se asemejaba mucho, vastísimamente a la poesía. O a la idea vana, abstracta y —sobre todo— feral de esta.
¿Sería que el tipo del aparato fotográfico, como si se tratase más bien de un sujeto afilando una máquina de destrucción propia para el safari, para la sabana adentro, iba a espetar su disparo con la finalidad de ajusticiarme extraoficialmente en la inmortalidad, en cierta perpetuidad?
Yo nunca me arredro: soy un animal de costumbres, inclusive, antediluvianas.
Lo miro –por consiguiente– con el espíritu bastante bien envainado en el ojal de la penumbra desde la que me guarezco, desde la que nunca me quito ni me abalanzo hacia la gente ni a nadie (entes como el individuo mismo de las fotos, otros tantos fotógrafos-fariseos cual demiurgos del álbum de la Historia infame de ninguna cosa, ninguna nada).
Y termino siendo yo quien ejecuta el certero y genuflexo pistoletazo de la Verdad.
(FIN/Ensayo General)
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