“La risa es una terapia para la depresión que nos ha dejado la pandemia”

María Ynés Aragonez

Rafa Duran, un famoso actor peruano, escapa de un escándalo y deja todo para mudarse a Miami, donde no lo conoce nadie. Allí tiene la mala suerte de toparse con Papo Moulin, un agente de actores que le ofrece conseguirle papeles a cambio de que se convierta en su asistente incondicional por dos años.

Indocumentado, casi esclavizado y sin dinero, Rafa se enreda con el mexicano ‘Chango’, un ladronzuelo sin escrúpulos ni clase que le propone filmar películas para adultos con el fin de hacer dinero fácil.

Este enredo da pie a ‘Cosas de Adultos’, una comedia pícara que robará a los espectadores más de una carcajada. “La risa es una terapia para la depresión que nos ha dejado la pandemia” de covid-19, afirma su director, el cineasta peruano Walter Rodríguez.

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De la frustración a la comedia

Afincado en París desde hace cuatro años, el director explica que la idea de la cinta surgió a partir de una llamada de la productora María Luz Zucchella, a quien le confesó que estaba frustrado y deprimido por el confinamiento y la emergencia sanitaria.

En esa llamada, ella le respondió: “Dale, anda a Miami, visita a los amigos, hazte un corto y lo mandamos a festivales”. En broma, Rodríguez le siguió la corriente: “Claro, voy, pero no para un corto sino para un largometraje.

Con un presupuesto bajo, la idea original era hacer un drama, coincidiendo con su ánimo personal. Sin embargo, de la mano del guionista argentino Guillermo García, el plan viró hacia una comedia con toques picarescos.

Más de 40 actores forman el elenco de ‘Cosas de Adultos’, entre los que destacan los peruanos Angello Bertini y Roxana Peña. También actúan Alonso Espeleta, Miguel Paneke, Catalina Arenas y Roberto Huicochea.

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Una cinta que promete

Filmar no fue fácil, aunque el resultado es una comedia que divierte. Se buscaba hacer una pequeña película de entretenimiento para plataformas de video-on-demand latino en Estados Unidos, pero María Luz Zucchella la mostró a la cadena Cinestar y el panorama cambió.

“Vieron que prometía y decidieron estrenarla en Lima. Ahora se está negociando si se estrena también en México y Centroamérica”, acota el cineasta.

Ensayo General conversó con Walter Rodríguez, quien se encuentra en París y busca ser “profeta en su tierra”.

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Walter Rodríguez busca ser profeta en su tierra. Foto: Facebook Walter Rodríguez.

¿Qué hacer frente al prejuicio ‘intelectual’ que siempre mira los errores y nunca los avances? Películas como ‘Cuando nos volvamos a encontrar’ reciben una lluvia de críticas.

–Nadie puede dudar del éxito de esa cinta, pero tampoco se puede negar que fue concebida en una reunión de directorio, fríamente, como cuando se crea un chocolate nuevo: se escogen los componentes que vendan más y cuesten menos, se define un público objetivo, se evalúa el límite de riesgo de la inversión y, por supuesto, se destina un presupuesto para el marketing. Eso me parece genial, no le veo el lado malo. No todos son fans de Tarkovsky o Wells y no tienen por qué serlo. Hay público para todo, sobre todo después de una pandemia tan brutal.

Pero si los bo-bos de Lima (bourgeois-bohèmes) van a agarrarse de eso para invalidar toda otra película que no sea suficientemente densa, entonces simplemente no entienden que ya estamos en otro siglo. Yo creo que el error más grande es seguirle dando peso a la opinión de aquellos que desde su torre de marfil apuntan el pulgar arriba o abajo como emperadores romanos. Si bien es cierto que existe un cine intelectual, del que yo disfruto muchísimo, también es cierto que existe el cine de diversión, con muy pocas joyas, pero igual de válido y confortante para el público. No todo cine es arte y no todo cine aspira a serlo. Eso es lo que ellos no entienden.

¿Cómo lograr impulsar una industria naciente y seducir a los espectadores para que vengan a las salas?

–Para impulsar una industria hay que pensarla precisamente como una industria. Muchas comedias peruanas presentan a los mismos actores haciendo los mismos roles, poniendo las mismas tramas que ya de por sí se ven en la tele gratis. Los productores le corren al reto de hacer algo nuevo, de salirse de la zona de confort. Los guionistas siguen usando los ‘zings’ criollos de los años 80.

Para llenar una sala uno tiene que conseguir que alrededor de 200 personas decidan separar ese día para ir al cine, quedar con alguien en encontrarse ahí, vestirse bonito, tomar una combi rumbo a la sala, hacer una cola y, quizás, comprar canchita. Es toda una chamba: a una persona pobre y de recursos limitados o a una persona rica y con tiempo limitado se le tiene que ofrecer, en la pantalla gigante, algo que no puede ver en la tele un sábado en la tarde.

¿Llenando salas se logra, poco a poco, una identidad, un lenguaje que llega a convertirse en arte transformador?

–Creo que las salas se llenan por mérito de la película, pero la identidad se forja en base a un evidente crecimiento. Y hoy en día la única manera es ver el éxito obtenido desde afuera. Así como en el fútbol, todo logro obtenido en competencia con otro país hace que nos unamos bajo una misma bandera.

El cine peruano tiene que ser más ambicioso, olvidarse de las fórmulas, pensar en grande y darse cuenta de que tiene cosas que vender. Por ahora el cine peruano exporta ‘miseria’ y ‘drama’ en festivales internacionales, pero al menos ellos captaron la fórmula.

Yo aun no me creo que mi película se estrena en Lima. Nos sirvió al mismo tiempo de terapia y catarsis. Lo último en lo que pensábamos era en festivales o alfombras rojas.

(FIN/Ensayo General)

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