Escribe: César Chaman
Artista de pincelada grande y decidida, el pintor Bruno Portuguez sostiene que un lienzo de dos por dos sería un espacio ideal para plasmar un retrato convincente. Como sus trazos son amplios, necesita libertad no solo para explayar la pintura, sino también para proyectar las sensaciones y las certezas que le producen sus personajes: “La maldad tiene rostro, la bondad también”.
Mientras expone en el Colegio Real de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos su colección ‘Memoria del Bicentenario en América Latina’, Portuguez prepara el cuarto tomo de ‘Retratos de Viento y de Fuego’, su personal homenaje pictórico a centenares de hombres y mujeres que creyeron en la causa de un mundo más justo.
En el antiguo solar sanmarquino del jirón Áncash, los rostros de Vallejo, Palma, Arguedas y Mariátegui –entre otros–, comparten la sala con Cáceres, Olaya, Blanca Varela, Julia Codesido y Máxima Acuña. Un sotto in su de Túpac Amaru junto a Micaela Bastidas, a caballo, se luce a unos metros de una escena de ‘La caravana de la muerte’ y de un cuadro de Augusto César Sandino, el General de los Hombres Libres.
Pero, ojo, no soy retratista –aclara el artista–; soy un pintor que hace retratos. “El retratista es aquel que se dedica únicamente al retrato y yo toda mi vida he pintado paisajes, marinas, gente trabajando en el campo, niños, mendigos, mujeres, viejos, animales, de todo. Lo que pasa es que mis retratos han sobrepasado a mis pinturas y mucha gente cree que solo hago eso”.
Si pintar un retrato es declarar una admiración a fuerza de pincel, Portuguez tiene claros los criterios que emplea para seleccionar a sus personajes: coraje, entrega, valentía y aporte a la sociedad. Así, en ‘Memoria del Bicentenario en América Latina’ desfilan los héroes del proceso independentista de los siglos XVIII y XIX junto a poetas y escritores contemporáneos, al lado de historiadores e intelectuales del siglo XX. “Hay muchísima gente valiosa –reflexiona–. Mira, me faltaría vida para pintarlos a todos”.
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En todo el mundo, el arte es una dimensión franca de la política; no obstante, Bruno Portuguez considera que sus elecciones como pintor no giran en torno a las militancias. “Más que eso (la política), creo que es la humanidad, (elijo a personajes) que sean humanos, que hayan contribuido a nuestro país y al mundo entero”.
Por si no hubiera quedado claro, el artista zanja la discusión con un ejemplo: “Hice un retrato de Mario Vargas Losa y alguna gente me criticó: ‘¡Oye, por qué lo has pintado si es un liberal, un reaccionario!’. Pero es un gran escritor, a mí me gustan sus libros, siempre los leo; yo no puedo ser una especie de juez que solo pinta a ciertas personas –enfatiza–. Ahora, mis convicciones están claras, pero no por ello voy a dejar de pintar a gente que ha destacado”.
“No puedo falsear la historia ni ocultarla, tengo que ser honesto en eso”, comenta. Es gente que ha dado su vida, su talento, su inteligencia; eso es lo que yo escojo, no me interesa si es francés o alemán, no importa si es un machista –admite el pintor, al filo de lo políticamente correcto–. Estoy en contra del machismo, por cierto, pero no puedo dejar de pintar a un artista como Picasso…
Pero, ¿hay alguien a quien no pintaría?
– No, yo pintaría a todos. Incluso a los que han cometido fechorías y saqueos en el Perú.
¿Y la admiración?
–Bueno, los pintaría de otra forma. Eso está pendiente. Fíjate, yo quería hacer una muestra con el título ‘Otorongos, alimañas y otras lagartijas’ en la que iban a estar muchos políticos. Boceté la idea y la presenté a varios lugares que podrían albergar la exposición. La llevé incluso al director del centro cultural de una universidad muy prestigiosa y me respondió: ‘No, no puedes hacer eso acá; déjame terminar mi mandato’. El señor no quería perder su puesto. Nadie quería, así que la idea quedó inconclusa. Pero la puedo hacer realidad en algún momento.
¿Cómo es el retrato de un ser despreciable?
–Hay muchas formas de abordar un retrato. Lo pintaría de una manera más grotesca para sacar su vida interior y sus vicisitudes, para exponer las atrocidades que haya cometido. Solamente debo enunciarlo, nada más, no tengo que agregar nada: solo enunciarlo y exponerlo.
Alegóricamente hablando, ¿la corrupción en el Perú tiene un rostro?
–Claro, la maldad tiene rostro. Y la bondad también.
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Bruno Portuguez está sentado en una banca de madera en el patio principal del Colegio Real de San Marcos. Conversa a media voz con un artista joven sobre los desafíos de la pintura en América Latina, sin grandes apoyos del Estado y con un sistema de galerías y salas de exposición que funcionan por y para el mercado. Algunos días después, el pintor recibe en la galería del Colegio Real a tres estudiantes chilenos que han venido a visitar la muestra del Bicentenario y a quienes explica su técnica para ejecutar un retrato.
“El arte se ha deshumanizado: ahora se busca el comercio y se está perdiendo la técnica”, lamenta el pintor, antes de declararse admirador del ecuatoriano Guayasamín, “el último gran retratista de América”.
¿Cómo observas la actualidad de la pintura peruana?
– Bueno, creo que esta pandemia ha sido motivo para cuestionar muchas cosas. Se ha puesto en evidencia que el ser humano tiene necesariamente que sobrevivir y el arte es una manera hermosa de sobrevivencia. Lástima que acá, en el Perú, el 95 % de los pintores evade su responsabilidad.
¿Cuál es esa responsabilidad?
– Muchos artistas evaden su compromiso de representar nuestro país. Si somos pintores peruanos, ¿por qué no pintamos el Perú? ¿Por qué pintamos evasiones que no tienen nada que ver con lo nuestro? En Europa, los franceses han pintado a Francia, los italianos a Italia, igual en Alemania: en todo el mundo, cada quien ha pintado lo suyo. ¿Y por qué acá pintar el Perú es un pecado para un pintor peruano?
¿No será que no hay mercado?
– Pero, ¿quiénes hacen el mercado? Los críticos, estos que se llaman ahora ‘curadores’. Cómo estará de podrido nuestro arte que se necesitan curadores. Así como van las cosas, también vamos a necesitar ‘enfermeros’ de arte…
Chorrillano de mediados del siglo XX, pescador en su adolescencia, modelo casual del maestro Núñez Ureta, dibujante escolar de estampitas religiosas, artista que alguna vez metió la mano al bolsillo y no encontró más que para un lienzo pequeño, el pintor de las pinceladas amplias critica en algunos pintores jóvenes la falta de convicciones.
Tajante, Portuguez llama al pan, pan; y al vino, vino. “Todo eso se crea para desviar las cosas; muchos jóvenes aceptan lo que el sistema les da: viajes propaganda, publicidad, viáticos, becas, etcétera, todo a cambio de evitar pintar nuestra realidad, cuando es tan hermosa”.
Apunta ahora sobre los artistas de las provincias. “Fíjate, no más, en los pintores de la Selva: ¿Quién se atreve a pintar a una persona de la Selva, un nativo, un indígena, hombre, mujer o niño? ¡Nadie pinta eso, carajo, nadie! Cuando tenemos allí personajes preciosos. ¿Y qué hacen, entonces? Solo pintan pajaritos, árboles y serpientes. ¿Y dónde están los hombres, las mujeres? ¡No existen! No existen a propósito, porque el mercado les exige que pinten bonitas estampas, arcoíris, pajaritos. Y si pintan a la mujer, la muestran con cuerpo europeo, hacen almanaques para vender… ¿Y dónde está la gente de nuestra Selva?, ¿Dónde carajos están nuestros hermanos?”.
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El miércoles 8 de junio a las 5:00 de la tarde, en la Sala de Arte del Palacio Municipal y de la Cultura de San Isidro, Bruno Portuguez inaugurará una nueva muestra pictórica: ‘Una mirada al bosque El Olivar’, colección de paisajes y escenas de este tradicional espacio verde de Lima.
“Sobre todo a los jóvenes, me gustaría convocarlos, llamarlos. No para que vean mi trabajo, sino para que reflexionen sobre el arte y den un segundo gran paso en el arte peruano”, se proyecta el pintor. El primer gran paso lo dieron José Sabogal y los indigenistas de mediados del siglo pasado –Brent, Codesido, Carvallo y otros– y ahora hay que dar un nuevo salto.
¿Cuál sería el eje de ese segundo gran paso?
– Pintar la realidad, a nuestro pueblo, a nuestra gente. La cuestión es unirse y formar un frente artístico. O, sin formar nada, ponernos de acuerdo y seguir pintando lo nuestro con más cariño y amor.
¿Con quién dialoga esa propuesta?
– ¡Me agarras desarmado, ah! Puede ser con tantos sociólogos, antropólogos e historiadores que siguen estudiando la realidad, el pasado y el presente. Por mi parte, voy a seguir insistiendo y pintando personajes del Perú, con cuerpo y alma. El paisaje es hermoso, pero más hermoso es el paisaje humano.
(FIN/Ensayo General)
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