César Lévano, sanmarquino y de huesos vallejianos

Crónica: Marysabel Cuzma

Una brisa ligera susurra a mis recuerdos mientras le voy colgando palabras a este texto que reescribo con afán. Frente al mar azul de Paracas y sus palmeras, rememoro nuestras pláticas, luego de sus magistrales clases en el Aula 2A de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas.

Casi siempre lo acompañaba hasta la puerta 3 de la ciudad universitaria de San Marcos para ayudarle a tomar un taxi. Bueno, esa era la excusa. Aquel trayecto era formidable. Quince minutos de caminata pausada y aprendizaje a raudales. Minutos que, con el tiempo, se han convertido en lecciones de vida.

Dicen que uno no escoge de quien se enamora, pero sí a sus maestros. Y yo me quedé con el mejor. César por elección y rebelde por vocación, Edmundo Dante Lévano La Rosa fue un hombre bueno que abrazó las causas justas y bellas. Profético y axiomático, lo conocí en el año 2000, aunque lo quise desde 1997, cuando por primera vez oí sobre él en una de mis clases de Historia, en la academia preuniversitaria donde estudiaba.

Por esos años, el país se asfixiaba de impotencia ante el dictatorial gobierno de Alberto Fujimori. Y la existencia de maestros como don César era oxígeno que atizaba nuestra voluntad de ser como ellos, coherentes e implacables contra lo corrupto.

A soñar con el auto propio, sin olvidarnos del transporte público como derecho. A anhelar la casa propia, sin dejar de mirar a los que viven sin techo, los últimos de la pirámide social y los primeros para pagar las consecuencias de gobiernos inhumanos.

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En las aulas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), Lévano formó a centenares de periodistas.

A prueba de barrotes

El maestro Lévano nació, creció y se forjó entre dictaduras. Y estuvo condenado a pagar con cárcel su ideología contestataria pero sabia. Y como no hay mal que desemboque en bien cuando uno decide qué nos sirve y qué no, la sobrecogedora crónica que hiciera sobre el sistema carcelario en el Perú, gracias a sus años recluido en el Panóptico –en el lugar donde hoy se levanta el hotel Sheraton– y luego en la isla de El Frontón: “Tres años de cárcel”, le permitió librar su magnífica prosa para la revista Caretas. En 1960 se publicó ese extraordinario texto y Doris Gibson lo invitaría a trabajar allí a tiempo completo.

El maestro laboró en diversos diarios. Desde 1943, cuando la revista Cultura le publicó su primer artículo, ya con el seudónimo de César, no dejaría de escribir. Cuando lo conocí, era editor asociado de Caretas y yo estudiante en la escuela de Comunicación Social de San Marcos. Él tenía 73 años y yo 19. Admiraba su sabiduría enraizada de humanidad y la maestría de sus relatos, en clases o por escrito, de los hechos que forjan nuestro presente y cimientan nuestra memoria colectiva.

En una de esas conversas rumbo a la puerta 3, le pregunté qué sueño le faltaba concretar. Me dijo: dirigir un diario de izquierda. Y esa oportunidad se le presentó en el 2009, año en el que asumió la dirección del diario La Primera, a la que nueve años después renunció por falta de pago.

“Soy el director de un diario con el sueldo más bajo de Lima, con toda seguridad. No tengo automóvil, propiedades, ni ningún tipo de lujos, felizmente. Vivo de una manera austera. Pero lo más interesante es que, fíjese usted, no me pagan”, contaba, entre risas, para una revista que entonces dirigí en homenaje suyo. Era el año 2013 y él estaba próximo a celebrar su cumpleaños número 87.   

Renunció a La Primera y emprendió, a sus 92 años, en la azotea de su casa de la Calle 14, en el distrito del Rímac, su último sueño, el semanario Perfil. Me siento optimista; para mi edad, estoy bastante bien”, me dijo.

Perfil vio la luz un domingo, el 9 de setiembre de 2018. En palabras del maestro, nació para ser “un diario amazónico, agrarista, amigo de las organizaciones obreras y campesinas, defensor de los empresarios nacionales y nacionalistas, partidario de una política exterior de soberanía e independencia, de unidad latinoamericana, es decir, contrario a la política neocolonial descarada que encarna Donald Trump y que José Martí definió como el norte revuelto y brutal que nos desprecia”.

El periodismo doctrinario peruano de izquierda tuvo en César Lévano a uno de sus últimos representantes, quien con pasión y belleza narrativa nos comprometía con sus luchas y nos hacía amar, extasiados, la palabra, aun cuando pudiésemos discrepar de sus puntos de vista.

Proveniente de una familia que defendió el movimiento proletario, basó siempre su accionar y sus enseñanzas en el legado de José Carlos Mariátegui. Consecuente con su ideología, de principios sin fin, han sido miles los jóvenes formados por él en las aulas sanmarquinas, su casa.

Lévano en su etapa de director de Perfil. Foto: Diario Perfil/@elperfil.pe.

Sanmarquino infatigable

Indefectiblemente mariateguista, como se definía él, del maestro Lévano aprendimos en las aulas sanmarquinas a querer a Rodolfo Walsh y darle su lugar como el pionero del llamado Nuevo Periodismo, con su novela de no ficción Operación Masacre (1957). Nos quedamos jocosamente maravillados al darnos la oportunidad de leer al periodista y escritor Víctor Hurtado Oviedo, su entrañable amigo, cuyo libro Pago de Letras fotocopiamos en aquel entonces, hasta que años más tarde pudimos obtener su segunda edición, revisada y aumentada (2004) y autografiada (2006).

Y cuando Ryszard Kapuscinski y el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez fueron reconocidos con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (2003), fue don César quien llevó al aula la grata noticia y nos hizo incorporar a nuestro acervo Los cínicos no sirven para este oficio y la Teología de la liberación. Cultivó, sobremanera, nuestro interés por Juan Gonzalo Rose, Manuel Acosta Ojeda, Felipe Pinglo, Julio Ramón Ribeyro, quienes quedaron grabados como en piedra en nuestra memoria.

Así, César Lévano ingresó a San Marcos no para formarse sino para formar. Maestro autodidacta, se incorporó a la docencia en el año 1980 y por obra de los alumnos sanmarquinos. “Me pidieron que hiciera una clase magistral y como les gustó, me pidieron otra. Y así hasta que, finalmente, me contrataron”, nos contó.

Como otros periodistas de su época, Lévano se hizo en la calle. Pero en 1978, San Marcos le otorgó su título firmado por el rector Luis Alberto Sánchez, en aplicación de una ley por la cual los periodistas que hubieran ejercido durante cinco años, o más, podían obtener un título universitario de periodista. Ese fue su carné de entrada a la Decana de América. En ese entonces, el tercer piso de la Facultad de Letras era casi un corral de gallinas, en decir del maestro. Era una estructura muy endeble, fea, y fueron los alumnos los que impulsaron la construcción de aulas decentes.

“Los que constituían el armazón de la escuela eran los alumnos, chicos muy interesantes. Recuerdo mucho a una promoción, la del 79, a quienes los consideraban algo así como ‘Los bandidos’ y no en el mal sentido, sino que eran muy luchadores, pero correctos. No eran de tirar piedras y esas cosas que ahora se han puesto de moda, sino enérgicos para lograr conquistas en favor de los estudiantes”, relató la última vez que conversamos con él en su casa, pocos meses antes de su partida física y cuando me encontraba en la voluntaria tarea de que San Marcos, de manera excepcional –como lo hiciera con Mario Vargas Llosa– le otorgara el grado de Doctor Honoris Causa.

En la presentación de Illariq, edición de homenaje. Foto: Marysabel Cuzma.

Sendero ignominioso

La época de Sendero Luminoso fue muy dura, no solo por el accionar de este grupo, sino también por la represión. Y no se puede hablar de San Marcos, y de Lévano, sin hacer mención a este pasaje, aunque ignominioso, de sus historias, porque nos permite ver cómo se enfrentó esta cobarde ideología. Y se la venció. “Sendero siempre fue una minoría muy pequeña, pero eran muy activos y amenazantes. Tanto la represión como los métodos violentistas de Sendero crearon una inclinación en los estudiantes a abstenerse de participar en política, y eso ha quedado hasta ahora, me parece”.

“Los senderistas tenían por costumbre dejarnos sin luz. Entonces, mis clases las dictaba en el auditorio, a unos 120 alumnos y, pese a los apagones, yo seguía dictando. Los chicos traían linternas, velas, lamparines, etcétera. En esos años, lo que hacían muchos docentes era firmar e irse a sus casas, pero no era mi caso, por eso incluso fui amenazado constantemente de muerte por Sendero. En fin, siempre resistí y denuncié a Sendero por sus métodos de combatir, con mi firma en periódicos como el Diario de Marka”.

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César Lévano: sobre anarquismo, marxismo y aprismo. Video: Renzo Forero.

Lévano y el golpe de 1992

El maestro Lévano fue uno de los primeros periodistas en rechazar de manera pública el autogolpe del 5 de abril de 1992. Fujimori utilizó la estrategia de culpar a los partidos tradicionales de toda la crisis que afrontaba el país y decidió el cierre del Congreso de la República, con su memorable frase: “Disolver”.

Habían transcurrido 12 años desde que él ingresara a San Marcos para ejercer la docencia y fue testigo de la intervención militar que el gobierno fujimorista impuso como medida, bajo el argumento de desterrar el terrorismo. Los años demostrarían que esa fue la excusa para llevar a cabo su objetivo que era silenciar las voces contrarias al régimen. Y una de esas era, qué duda cabe, la suya.

“En esa época quisieron destituirme, alegando varias cosas. Y una de ellas era que no tenía estudios universitarios, pese a que yo había obtenido mi título gracias a una ley dada en el gobierno de Fernando Belaúnde. Me hicieron un procedimiento judicial, pero al final se logró determinar que mi destitución no era legítima y, entonces, pude continuar con mis labores docentes”.

Treinta y ocho años de su vida le dedicó don César a la docencia y, en gratitud a ello, el Régimen del Sistema Nacional de Pensiones le otorgó una compensación de 1,181 soles con 10 centavos, por sus años de servicio, y un derecho pensionario mensual de 820 soles. Así paga el Estado a sus maestros.

Sin embargo, durante estas más de tres décadas como docente, Lévano ha sido y ha hecho felices a sus alumnos. “Me da gusto poder decir que he contribuido en la formación de buenos periodistas. A mis alumnos, trato de que se interesen por los problemas fundamentales del país y del mundo y que escriban lo mejor posible, que lean buenos libros, que cuiden tanto el fondo como la forma, aspectos que están vinculados íntimamente a la cultura. Sin fondo cultural, no hay periodismo”.

El maestro Lévano junto a la autora de esta crónica.

Poemas y otros cantares

El 26 de febrero de 2018, en la Casa Mariátegui, los seguidores del maestro Lévano nos dimos cita en torno a sus tres libros de poesía: Tono peregrino (1965), Este & Oeste (1968) y Árbol de batallas (1971) que fueron reunidos en el libro Poemas y otros cantares por la editorial Sinco Editores. Fue una noche memorable en la que no había espacio para un alma más. Aunque su lado poético no ha sido el más conocido, y menos su talante como compositor de valses, huaynos y yaravíes, César Lévano dejó en este texto un legado de amor, dignidad y humanidad, como lo fue toda su prosa.

De huesos vallejianos, como le diría en una entrevista a Raúl Tola, estos detuvieron su marcha un 23 de marzo de 2019. La noticia de su partida envolvió en su silencio los planes de aquel sábado de mudanza. Me había ido a vivir al “barrio de los poetas”, en Santa Beatriz. Dejamos todo a medio hacer, pues se me encomendó la dura tarea de realizar las gestiones y acompañar a trasladar el cuerpo del maestro hacia la Casona de San Marcos, donde fue velado para, finalmente, ser trasladado al pabellón San Joaquín (25B) en el cementerio Presbítero Matías Maestro, donde están enterrados también su amada esposa, Natalia, y sus maestros José Carlos Mariátegui y Manuel González Prada.

Íntegro e incólume, el maestro Lévano es lectura obligada por el amor. De él hemos aprendido a respetar la profesión con el rigor que exigen la ética, la honestidad y la bella prosa. Y a no olvidar esa cláusula llamada renuncia para dejar de ser el eslabón perdido en esta vorágine que parece atraparnos a todos.

Y claro que hay que vivir soñando y apostando por lo que uno cree hasta el final de nuestros días. Que podemos fundar un sueño, aunque tengamos más de nueve décadas mordiéndonos la salud.

“Dejamos a otros el triste privilegio de callar cuando la corrupción se reinstala en las alturas y el abuso y la sobreexplotación –así como las sobreutilidades– se enseñorean. Hemos sido leales a nuestros principios y nuestras promesas. Nuestros lectores podrán tasar ahora lo que eso nos ha costado. Pero estamos contentos de habernos diferenciado así de la casta podrida que nos gobierna”.

Contemplando el horizonte en esta histórica bahía donde una mañana de setiembre, en 1820, desembarcara nuestro libertador, don José de San Martín, y recordándote, con intensidad y altura, como diría Vallejo, te celebramos por habernos enseñado a construir estos micro universos con palabras que brotan solo con el afán de denunciar lo injusto y para eternizar los sacrificios y luchas de gente honorable como tú, cuyas historias merecen ser escritas y reescritas tantas veces como sean necesarias y rendir al olvido. Porque, además, como decías tú, con la palabra siempre uno puede embellecer su propio destino.

(FIN/Ensayo General)

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